Para salir de la depresión, de la pequeña depresión de cada día, hay dos caminos; curiosamente, son dos caminos de sentido contrario.
Se puede ir de lo más a lo menos. Uno se deprime porque siente que se ahoga en el Mundo, que es nada comparado con todo lo que le rodea, que es nadie comparado con los demás y sus logros, que no ha hecho nada en su vida, que no vale nada. Bien. Uno no está loco por pensar esto: en realidad, piensa lo cierto. Por eso, la puerta de salida es ponerse pequeñas metas, pequeños planes, donde triunfa y vuelve a sentirse grande. "Esta tarde voy a (1) planchar dos camisas (2) llamar a mi hermana (3) leer una página de un libro (4) ver la puesta de sol". Uno lo hace, y de inmediato siente que todo cambia: ya es mejor persona que lo que era al inicio de la tarde, ya es capaz de hacer más cosas, ya nota que el Mundo no le aplasta tanto.
Se puede ir de lo menos a lo más. O, dicho de otro modo: "el aire de la calle ahoga el virus de la depresión". Encerrados en casa (porque ahí nos sentimos seguros) todo nos asfixia, por lo que urge (por mucho que nos cueste) echarnos a la calle, caminar, ver casas, ver gente, ver árboles, ver pájaros. De inmediato, el agobio que nos producía nuestra pequeñez, nuestra miseria, nuestro fracaso, se disipa, se evapora, porque uno no es más que una pequeña parte del Mundo, y resulta que el Mundo es bien bonito, que el cielo es azul, que los demás no nos odian, que sigue habiendo autobuses rojos.
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