viernes, 27 de mayo de 2016

Madrid, mosca, jubilación, caridad

La ciudad se va llenando de camisetas y de banderas: blancas unas, blancas y rojas las otras. Mañana se juega la final de la Champions, Real Madrid-Atlético de Madrid, imposible no tomar partido si vives aquí.

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Llega el calor. Una mosca se pasea, atontada, sobre mi mantel. Podría matarla fácilmente, de un puñetazo. Parece que estuviera deprimida. Le echo un poco de azúcar, a ver si se anima, pero le da igual. Me pongo a hacer cosas y al rato ha desaparecido.

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2016, acaba una época: se jubilan mi jefe, mi portero y mi párroco. Como siempre, temo que los nuevos tiempos sean peores.

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Jesús eligió bien la parábola del buen samaritano. Porque es fácil la caridad cuando la planeamos nosotros ("voy a invitar a mi amigo a ir al museo") pero es muy molesta cuando es imprevista ("voy a ir mañana al museo, ¿me puedes acompañar?").

martes, 17 de mayo de 2016

Campo

Es primavera. Quiero salir al campo. Quiero ver flores amarillas, rojas y moradas.

Voy a la estación de tren de Atocha. No quiero ir hasta la montaña del norte de Madrid, eso es casi hora y media de viaje. Miro el mapa, hay una estación cercana, "Pinar", con ese nombre tiene que tener flores.

El viaje dura casi cuarenta minutos. Va poca gente, pese a ser festivo en Madrid capital. Es el primer día en que se puede ir sin jersey.

Pese al nombre de la estación, en Pinar ya no hay pinares sino edificios de oficinas, tiendas y chalets. Pero cumplo mi objetivo: entre los edificios y entre las autopistas hay pequeños retales de campo en los que crecen mis flores, amarillas, rojas y moradas. Si hubiera querido las habría arrancado y hubiera hecho un pequeño ramo. Prefiero dejarlas allí, entre las oficinas elegantes.

Vuelvo a la estación. El tren a Madrid sale de la vía más lejana. Voy a ella y quedo sorprendido: allí, rodeando el muro, a pocos metros, sí que está el campo verdadero, con árboles, con flores, con caminos de tierra. A lo lejos se ven los rascacielos de la capital. La próxima vez iré por ahí.

lunes, 9 de mayo de 2016

Goya, lluvia, milagro, palomas

Voy a ver la ermita de San Antonio de la Florida. Su techo fue pintado por Francisco de Goya. En la cúpula hay una barandilla y un grupo de gentes de la época, vestidos con vivos colores, se apoyan para contemplar el milagro que hace el santo (resucitar a un muerto). Dos chicos se suben a la barandilla y parece que van a saltar sobre nuestra cabeza.

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Llueve y llueve y llueve. Hago lo que odio hacer: lavar la ropa y tenderla a secar en la barra de la ducha o en el borde de las puertas.

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Gran milagro: mi equipo, el Deportivo de La Coruña, gana al Villarreal y evita el riesgo de bajar a Segunda División. Sólo queda una jornada de Liga.

(Fue un poco sospechoso: varios equipos importantes perdieron con otros muy débiles que apenas habían ganado nada durante el año).

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En el Starbucks de la Plaza de Neptuno, junto al Museo del Prado, alguien se ha dejado un bollo a medias. Varios pájaros lo picotean hasta que llega una paloma enorme, los echa a todos y se lo come ella sola. Cuando los otros (incluidas las demás palomas) intentan volver les expulsa con crueles picotazos. Los demás pájaros optan por ver el festín de lejos, a la espera de que se harte y se vaya.

(Visto esto, no entiendo por qué la paloma es el símbolo de la paz).

jueves, 5 de mayo de 2016

Caridad

Voy a ver la película The lady in the van.

No leas este post si vas a ver la película.

Cuenta la historia de una vieja dama medio loca que vive en una furgoneta. Aparca en un barrio elegante de Londres, cerca de la casa de un escritor de obras de teatro. Al principio la furgoneta está en la acera pero (para evitar líos con la policía y los gamberros) el escritor le ofrece que la aparque dentro de su jardín. Allí vive durante quince años.

Hay escenas divertidas: los servicios sociales de Londres no son capaces de encontrarle un domicilio fijo pero le regalan una furgoneta nueva. Ella se apresura a pintarla de amarillo.

El escritor y los demás vecinos intentan ser amables con ella: le regalan dulces en Navidad, le sirven té, le llevan flores al hospital cuando está enferma. Pero poco más. En realidad, desearían que ella se fuera con su furgoneta pintada de amarillo.

La frase clave de la película está al final. Desde su ventana el escritor ve cómo llega la asistenta social, abre la puerta de la furgoneta, encuentra muerta a la anciana. Luego llegan el médico, el sacerdote y  los funerarios. "Comprendí -piensa el escritor- que todos ellos fueron capaces de hacer en una hora lo que yo no había hecho en quince años: entrar en la furgoneta, tocarla, ayudarla".

Me sentí muy identificado con el escritor.

Y con los otros vecinos.