lunes, 31 de marzo de 2014

El Ariel y los pobres

Voy al súper a comprar detergente. Hay dos formatos: Ariel Actilift, caja verde, por 14,00 €, y Ariel Básico, caja roja, por 7,00 €. Dudo, me sale la veta cutre y compro el Ariel Básico.


Y ¿para qué quiero yo ahora esos 7,00 € que me he ahorrado?


Y se me ocurre el ejemplo de alguien que fuera muy santo y que al ir a comprar el Ariel siempre comprara el más barato, qué más da la gama, y que comprara carne de la normal en vez de la buena, se trata sólo de alimentarse, y que comprara un jersey de lana mediocre en vez de otro de lana escocesa, sólo busca ir abrigado, y que fuera separando los euros que se ahorra y los fuera metiendo en una hucha y que luego repartiera lo ahorrado entre los pobres que se va encontrando en su ciudad.

viernes, 28 de marzo de 2014

Tren que avanza fuera de su vía

Quedo con una amiga. Todo en su vida va bien: es funcionaria, tiene salud, adoptó una niña extranjera muy estudiosa, su casa está llena de luz. Sin embargo, su conversación siempre es negra, obsesiva con lo sucio de los demás, pesimista, llena de ira. Yo la quiero pero sólo quedo con ella si mi estado de ánimo es bueno.


Se me ocurre una metáfora algo cursi. Cada uno de nosotros es un tren. Los proyectos que se hacen en la juventud son las vías que nos llevarían a la felicidad. Pero casi nunca el tren va por ahí: suele descarrilar e ir por medio del campo, más trabajosamente, pero sin detenerse nunca hasta que se acaba el carbón. Fuera el tren de su carril, se puede estar añorando siempre el trayecto perdido o se puede disfrutar de las flores del campo por el que vamos y que no veríamos bien por el otro trayecto.


Mi amiga soñaba con casarse con un hombre que supiera conducir, tener relaciones sexuales con él todas las noches, tener al menos un niño y una niña, que el marido la llevara de viaje en coche cada mes y que fueran a cenar y a bailar cada sábado. Nada de eso pudo ser. Tiene un trabajo seguro, salud, una niña muy buena y mucho sol en el atardecer de su casa. Pero ni un día olvida la vía del tren con la que soñó de joven.

lunes, 24 de marzo de 2014

Suárez

Muere Adolfo Suárez, presidente del gobierno de 1976 a 1981.


Su muerte me hace recordar mucho a mi padre, que fue muy entusiasta suyo desde el inicio (Unión de Centro Democrático) al final (Centro Democrático Social). Los hijos salimos a mi madre, que nunca se fió de él y votó a Alianza Popular. Los hermanos no nos tomamos muy en serio al presidente y mi padre lo llevaba con buen humor. Ambos eran de la misma generación, mi padre tendría ahora 79 años, y quizá hubiera ido al Congreso, a hacer la gran cola para ver el féretro.


El mandato de Suárez también está muy ligado a mi juventud, a la edad en que empiezas a tener sentimientos políticos. No recuerdo que nadie en el colegio apoyara su política: éramos conservadores, franquistas, socialistas o apolíticos, pero ningún chico  era centrista. Curiosamente, se me quedó muy grabada una tarde en que llegó el profesor de Tecnología, parecía preocupado, de repente nos preguntó: "¿Sabéis si es verdad que ha dimitido Suárez?" A nosotros nos dio la risa, armamos lío, pero por la noche, en casa, resultó ser cierto.


En su momento se le juzgó con mucha dureza: poco culto, oportunista, veleta, demagogo. Lo cierto es que, visto lo que nos ha venido luego, tuvo una grandeza de visión que a los presidentes posteriores les ha faltado. Es, quizá, lo que reflejó el chiste del día siguiente en el periódico, cuando le bajaron de la columna y le metieron en un agujero: "Entre todos me echáis... Dios quiera que no tengáis que echarme de menos".



jueves, 13 de marzo de 2014

El fantasma del patriarca

Cuando compré mi piso, hace casi 20 años, me presentaron al presidente de la comunidad de vecinos. Era un hombre mayor, gordo, pomposo, que hablaba escuchándose a si mismo con admiración. Me dio la bienvenida, me explicó que llevaba muchos años seguidos en el cargo y se definió a si mismo como "el patriarca de la comunidad". Me sentí en medio de la tribu bíblica de Neftalí o de Zabulón.


Pasaron los años. El patriarca siguió un tiempo en el cargo, luego -muy mayor- lo dejó, luego -aún más mayor- se murió y luego -hace poco- murió su viuda (que, aclaro, nunca fue la matriarca de la comunidad). Sus muchos hijos y herederos pusieron en venta la vivienda, que es la que está un piso más arriba, frente a mi ventana, en el patio. Lo pusieron en venta, pero muy caro, y años después sigue abandonado, esperando comprador.


El patriarca desapareció y también lo hizo la comunidad. Cada vez ha habido más odio entre nosotros. No exagero al decir lo siguiente: en la última reunión, en febrero, me fui antes del final por temor a que hubiera violencia física entre nosotros. Odio los conflictos.


Hace unas noches, poco después de la junta violenta, me he llevado un susto horrible. Al ir a acostarme me asomé a la ventana para bajar la persiana y la luz en el piso vacío del patriarca estaba encendida. Los hijos debían haber ido a algo, quizá a enseñárselo a un posible comprador, y por descuido debieron dejar la luz encendida. No sólo eso: dejaron las cortinas corridas, por lo que desde mi dormitorio veo la lámpara, la moldura del techo, la parte alta del armario, todo en un estilo clase-media-española-pretenciosa-años-60. Bajé corriendo la persiana, temiendo que fuera a asomarse el fantasma del patriarca. Pero incluso así la luz se filtraba a mi cuarto oscuro. Desde entonces han pasado varias noches y la luz sigue encendida. No me atrevo a asomarme ni a recoger la ropa cuando anochece, siento que en cualquier momento puede aparecer el muerto y decirnos, escuchándose,  "¡No se os puede dejar solos!".

jueves, 6 de marzo de 2014

Medinaceli, ceniza, filosofía, profesor

Desde hace algunas noches varias mujeres duermen junto a la puerta de la iglesia para ser las primeras en besar mañana el pie de Jesús de Medinaceli. Pienso en el asombro que esta imagen provocaría a Ojo Humano.


Misa del Miércoles de Ceniza. Sorprendentemente, varios feligreses sólo están hasta que el sacerdote les pone la ceniza en la cabeza y les dice la frase tremenda, "Recuerda que eres polvo y que en polvo te convertirás", luego se van. Se pierden lo mejor de la ceremonia, claro.


Risa al leer un anuncio de una bebida alcohólica (aproximadamente): "Nuestra filosofía: whisky, amigos,... ¡y nada de filosofía!"


Nunca me gustó el señor joven con el que coincido muchas mañanas en el autobús: algo siniestro en su aspecto, no sé qué. Menos me gustó cuando un día coincidió con una señora conocida, fueron hablando y descubrí que era profesor en el instituto público junto al que pasa el autobús. Pero hoy he sentido compasión por él: le ha pitado el billete, estaba caducado, y muy digno se ha bajado y se ha ido andando. ¿Es qué la Comunidad de Madrid paga tan poco que este señor no tiene 1,50 € para el billete? No me he atrevido a pagárselo yo.