jueves, 26 de febrero de 2009

Hace un año

Hace un año, yo no tenía blog. Cuando Juan Ignacio me preguntó por él, le respondí que no tenía porque no tenía nada que contar. Lo pensaba de verdad.

Días después caminaba por un parque muy bonito cercano a mi trabajo. Es éste un parque nuevo, con cipreses, con un suelo inclinado que acaba en un muro. Los días que llueve, la lluvia arrastra el agua y el barro de todo el parque, y como el muro no tiene un buen desagüe, se forma una charca, una charca con mucha agua en la que se reflejan el cielo y los edificios y las nubes que llueven. Cuando deja de llover y sale el sol, el agua se va evaporando poco a poco, y va dejando una mancha de barro maloliente, que ya no se va nunca. Viendo todo esto aquel día, me dije: “Si yo tuviera un blog, al menos podría hacer una entrada, una única entrada, en que contara que cerca de mi trabajo hay un parque nuevo, con cipreses, con un suelo inclinado que acaba en un muro ...”.

Y así empezó todo.

Curiosamente, el post sobre el parque inclinado no apareció nunca, hasta hoy: hace un año vinieron las elecciones españolas, las lecturas del Evangelio, la vida de Madrid, las dudas, los libros, y nunca me volví a acordar del parque y de su charca, hasta hoy.

Un año después, sólo puedo deciros una cosa: ¡¡gracias por seguir ahí!!

miércoles, 25 de febrero de 2009

Miércoles de ceniza

“No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera”.

(¿Lope de Vega? ¿Anónimo?)

viernes, 20 de febrero de 2009

Desgana y gana

Hay algo extraño en esto: cómo a veces, tras unas semanas de éxitos, tu vida cae en la desgana, precisamente cuando viene el buen tiempo.

La desgana se relaciona con las dudas sobre la utilidad de tu vida y con las dudas sobre si estás empleando acertadamente ese tiempo que se te escapa.

Para salir adelante hay, primero, que rezar. Y luego volver a los inicios: hacer pequeños actos de voluntad, proponerte cositas muy cercanas, salir a pasear, no dejar las cosas para mañana, no sentir compasión de ti mismo.

...

Vinculada con la desgana está la gana, la gana como motor de la vida, dejo de leer porque tengo gana de merendar, dejo de merendar porque ya no tengo gana, dejo de estar en casa porque tengo gana de que me dé el aire, dejo de pasear porque tengo gana de sentarme: lo mismo que uno ha reprochado a los jóvenes actuales, la gana como motor de la vida, en vez de la razón o la disciplina

(y es que, sí, tras tanta angustia, mis amigos han tenido una niña, gracias a Dios, y no sé porqué no tengo gana de mandarles flores, como es mi costumbre cada vez que nace alguien).

lunes, 16 de febrero de 2009

Primavera, uy y ópera

Por primera vez en muchos meses, por la mañana vuelvo a oír a los pájaros cantando. ¿Serán, otra vez, vencejos?.

...

De camino al trabajo casi veo un accidente de coches y casi veo un atropello, mi propio autobús habría atropellado a una señora idiota-imprudente. Por dos veces digo "¡uy!" pegando un grito algo histérico. Sin duda, va a ser un día especial.

...

Voy a la ópera, Faust-ball, en el teatro Real de Madrid, ópera española contemporánea. Al acabar, me leo el programa, a ver si el libreto lo ha escrito Rodríguez Zapatero o su Ministra de Educación: la protagonista decide hacerse lesbiana y se enamora de una amazona gorda que pasea por ahí y tienen un hija por clonación pero sale un juez facha, como del PP, con peluca y todo, y condena a morir a la niña, y la protagonista se quiere morir y pide (así, con todas su letras) la eutanasia. Sólo faltó un aborto en escena. Por si hubiera poca propaganda, todas las mujeres de la obra son buenas e inteligentes y aman al amor y todos los hombres (incluido el diablo) son malos y violentos y aman a la guerra.

Eso sí, el decorado era bueno.

sábado, 14 de febrero de 2009

Primavera y crisis

Por primera vez en muchos meses,
puedes salir a la calle sin bufanda,
no maldices al amigo que te hace esperar en la esquina,
los árboles tienen yemas en las ramitas, a punto de reventar.

...

Bandadas de taxis dan vueltas y vueltas por la ciudad,
como pájaros con un ojo verde buscando una presa.
En la estación de Atocha, cerca de casa,
forman una enorme fila, triste,
horas y horas,
atascando el tráfico. La policía ha de intervenir, a veces, y echar a unos cuantos.

Una mujer llora en la radio: se le está acabando el seguro de paro, y después no va a tener ni trabajo ni nada. ¿Qué va a hacer? ¿Llevar a su hijo a un comedor de Cáritas?

jueves, 12 de febrero de 2009

Eluana

La radio de los obispos españoles dedica un programa a Eluana, tras su muerte. Tienen el gran acierto de no plantearlo desde un punto de vista ético, o médico, o político, sino humano. Eluana no estaba enchufada a una máquina, no era un vegetal, sino que -nos cuentan- respiraba ella sola, hacía sus funciones vitales ella sola, digería ella sola. El programa, la corresponsal de la radio en Roma, habló con las monjas que la cuidaron durante casi 15 años: contaron cómo a veces reaccionaba cuando iba a visitarla un familiar querido, o las sorellas le demostraban cariño, ahí se notaba un distinto ritmo de respiración o algún gesto peculiar en la cara, igual que nos pasa a los conscientes, aunque queramos reprimirlo. Añadían las monjas que a veces era capaz de tragar ella sola un yógur, o una sopa. En fin, la monja se emocionó cuando contó que se despidieron de ella, cuando se la llevaron para matarla, y que les pareció ver un rastro de dolor en su cara.

Todo esto me emocionó, y me sorprendió, mientras lavaba los platos, porque durante estas semanas de discusión no había oído ninguna explicación de su situación real: se había dado la imagen de que Eluana era ya, poco menos, una flor o un árbol. No: lo ocurrido es como si a alguien se le han cortado las manos, hay que darle de comer, y se le dice "mira, como no te puedes alimentar a ti mismo, será mejor dejarte morir".

...

Yo no voy a entrar en el tema moral o político del asunto, porque ya hay mucha gente, muchos blogueros, que lo han hecho muy bien. Sólo querría apuntar que este caso, y el de la sedaciones masivas que hubo en el hospital de Leganés, en Madrid, demuestran una cosa: que no es cierto que la eutanasia sea una decisión libre de una persona libre sobre su futuro, como nos venden, sino la decisión de otros (por ejemplo, la familia o los médicos) sobre la vida ajena. Y esto es muy tremendo: ¿cuántos meses ha de estar un enfermo en estado vegetativo para que ya su familia sea dueña de su vida y pueda decidir dejar de alimentarla?

miércoles, 11 de febrero de 2009

Posts breves

La perfecta reflexión del maestro Enrique García Maíquez
(maestro de blogueros, maestro de escritores, maestro de jóvenes) sobre el tamaño de los posts (bueno, de los artículos) y mi simpática respuesta me hacen añorar mis posts breves, claros, sencillos, fáciles, de aquel verano.

(Y más: la hermana Josefina sobre el contenido: "siempre escribo sobre lo que me importa; pero, también, que no escribo sobre todo lo que me importa". ¿No es así en tu caso, también?)

lunes, 9 de febrero de 2009

Spe salvi (y VII)

Un apunte personal

Acabo el estudio de la encíclica con un apunte personal.

Benedicto intercala esta reflexión, que creo que no tiene mucho que ver con el asunto principal, la esperanza cristiana:

“Quisiera añadir aún una pequeña observación sobre los acontecimientos de cada día que no es del todo insignificante. La idea de poder «ofrecer» las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, era parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y quizás hasta malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de algún modo algo esencial que pudiera sernos de ayuda. ¿Qué quiere decir «ofrecer»? Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. De esta manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres. Quizás debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una perspectiva sensata también para nosotros” (pár. 40).

Me ha hecho gracia el párrafo. Para los que leemos Camino, esto es música conocida, pues a lo largo del día vamos ofreciendo las pequeñas molestias o tristezas que se nos van cruzando:

“Esa palabra acertada, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes... Esto, con perseverancia, sí que es sólida mortificación interior” (punto 173)

“Niño, ofrécele cada día... hasta tus fragilidades” (punto 865).

“Un pinchazo. —Y otro. Y otro. —¡Súfrelos, hombre! ¿No ves que eres tan chico que solamente puedes ofrecer en tu vida —en tu caminito— esas pequeñas cruces?

Además, fíjate: una cruz sobre otra —un pinchazo..., y otro..., ¡qué gran montón!

Al final, niño, has sabido hacer una cosa grandísima: Amar”
(punto 885).


No sé si el Papa Benedicto era consciente de la coincidencia cuando escribió el párrafo; lo tomo, en todo caso, como un guiño simpático.

domingo, 8 de febrero de 2009

Spe salvi (VI)

Esperanza y juicio de Dios

Sí: la muerte y el juicio de Dios no sólo no perturban la esperanza del cristiano, sino que la refuerzan y dan sentido a la vida del cristiano.

“Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios. La fe en Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás ni sólo hacia arriba, sino siempre adelante, hacia la hora de la justicia que el Señor había preanunciado repetidamente. Este mirar hacia adelante ha dado la importancia que tiene el presente para el cristianismo” (pár. 41).

La vinculación entre esperanza cristiana y juicio de Dios es doble. Primero, no desesperamos ante tanta injusticia que queda impune por la injusta Justicia de los hombres:

“La fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva” (pár. 43).

Segundo, nos animamos a seguir trabajando, pese a tantos fallos y fracasos, porque tenemos esperanza en el premio tras la muerte, y porque Dios nos ayudará pese a nuestras debilidades:

“Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace. La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. ¿Pero no es quizás también una imagen que da pavor? Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad. Una imagen, por lo tanto, de ese pavor al que se refiere san Hilario cuando dice que todo nuestro miedo está relacionado con el amor. Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. Esto lo descubrimos dirigiendo la mirada hacia el Cristo crucificado y resucitado. Ambas –justicia y gracia– han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor” (pár. 44).

La conclusión a este apartado sobre la esperanza y el juicio final tras la muerte vendrá en esta admirable reflexión, de gran profundidad teológica:

“El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación “con temor y temblor”” (pár. 47).

sábado, 7 de febrero de 2009

Spe salvi (V)

Esperanza y oración

Como gran “lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza” cita Benedicto la oración:

“Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo” (pár. 32).

Con la oración no logramos sólo una esperanza psicológica, un mero alivio mental, sino una fuerza práctica: gracias a que rezamos, Dios nos sigue dando fuerzas, y esto no permite seguir avanzando.

“Así nos hacemos capaces de la gran esperanza y nos convertimos en ministros de la esperanza para los demás: la esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un “final perverso”. Es también esperanza activa en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios” (pár. 34).

En el párrafo 33 Benedicto, experto en la materia, nos ofrecerá toda una guía breve para aprender a orar. La oración no es un mero ejercicio de introspección, sino un diálogo con Dios, que nos lleva a enfrentarnos a nuestras contradicciones, a superarlas (¡o no!) y así poder abrirnos a los demás:

“Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás. En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también”.

viernes, 6 de febrero de 2009

Spe salvi (IV)

Esperanza y acción: firmeza del que actúa con esperanza cristiana

En sentido contrario, al hombre que actúa con esperanza cristiana será más difícil desanimarle, pues la esperanza en Cristo, basada en la fe, nos lleva a seguir siempre adelante:

“Es importante sin embargo saber que yo todavía puedo esperar, aunque aparentemente ya no tenga nada más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo. Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar” (pár. 35).

Aunque las cosas vayan mal, aunque yo no vaya a ser beneficiado por esos trabajos en los que me meto, aunque vea las miserias humanas, aunque sea consciente de la falta de medios y de fuerza, todo eso da relativamente igual, pues en la partida de la Historia, Dios siempre acabará ganando, aunque yo no llegue a verlo.

Benedicto nos hizo avanzar hacia esta idea en la parte anterior de la encíclica. Tras elogiar el amor humano, recuerda que éste es frágil y condicionado por la muerte del otro. Por ello, “el ser humano necesita un amor incondicionado. (...) Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces -sólo entonces- el hombre es “redimido”, suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que hay que entender cuando decimos que Jesucristo nos ha “redimido”” (pár. 26). De igual forma que en el amor, el hombre tiende a una esperanza sin condiciones: “En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando “hasta el extremo”, “hasta el total cumplimiento” (Jn 13,1; 19,30)” (pár. 27). Esta esperanza se fundará en el amor infinito de Dios, en la confianza en mi salvación.

Pero, ante ello, añade el Papa, ¿no hay el riesgo de acabar en una esperanza egoísta, individualista, como a veces reprochan los ateos a los cristianos? “No. La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús, pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos alcanzar. En cambio, la relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (1 Tm 2,6). Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser “para todos”, hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos” (pár. 28). La conclusión del Papa está llena de luz: “Su reino [el de Dios] no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto” (pár. 31).

jueves, 5 de febrero de 2009

Spe salvi (III)

Esperanza y acción: riesgos del que actúa sin esperanza cristiana

Leyendo con atención el párrafo 35 vemos que Benedicto parte de un cierto pesimismo sobre el hombre que confía sólo en sus fuerzas:

-el hombre que actúa sin esperanza cristiana, sino por otros nobles fines, puede desanimarse y abandonar la tarea por el cansancio, o por las graves dificultades en esa lucha por un mundo mejor: “el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos nos cansa o se convierte en fanatismo”, puede desanimarnos “por frustraciones en lo pequeño o por el fracaso en los acontecimientos de importancia histórica” (pár. 35).

-en concreto, ese hombre bienintencionado puede sentirse desanimado porque los beneficios de ese mundo mejor no le van a tocar a él, sino a las generaciones futuras: “una esperanza que no se refiera a mí personalmente, ni siquiera es una verdadera esperanza” (pár. 30).

-en fin, incluso aunque se logren las metas propuestas, se ve que los problemas del hombre son más profundos que la solución de sus problemas materiales (con ser ésta muy importante): “Cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más allá de lo que nunca podrá alcanzar” (pár. 30). “Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida” (pár. 27); “si no podemos esperar más de lo que es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza” (pár. 35).

Parte de estas citas vienen de la crítica a varias filosofías que ha habido a lo largo de la Historia, que ocupan los párrafos 16 a 23, empezando por la “ciencia y la praxis” de Francis Bacon, siguiendo con la Ilustración y acabando con la doctrina de Marx. Esta parte es, dentro de la encíclica, un breve curso de historia de la filosofía sin Dios, del pensamiento buscando una esperanza en sus propias fuerzas y fracasando.

martes, 3 de febrero de 2009

Spe salvi (II)

Efectos de la esperanza: esquema

Benedicto, en la encíclica, se refiere a tres “lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza”:

-esperanza y acción (párrafos 24 a 31, explicación previa; párrafo 35, explicación; párrafos 16 a 23, crítica de diversas filosofías). Como se ve, es el “lugar” que más desarrolla el Papa.

-esperanza y oración (párrafos 32 a 34).

-esperanza y juicio tras la muerte (párrafos 41 a 48).

Esperanza y acción: el párrafo 35

El Papa se dirige, en muchos párrafos, al hombre que actúa, que hace algo por los demás o por la sociedad. Su tesis es la siguiente: “Digámoslo ahora de manera muy sencilla: el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza. (...) Un reino, pues, sólo del hombre desemboca, inevitablemente, en el “final perverso” de todas las cosas descrito por Kant: lo hemos visto y lo seguimos viendo una y otra vez” (pár. 23). Es decir, habrá otras ideologías o filosofías que muevan al hombre de buena voluntad, pero a la larga acaban fracasando. Esta idea se desarrolla, sobre todo, en el inicio del importante párrafo 35, que luego resumiré:

“Toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto. Lo es ante todo en el sentido de que así tratamos de llevar adelante nuestras esperanzas, más grandes o más pequeñas; solucionar éste o aquel otro cometido importante para el porvenir de nuestra vida: colaborar con nuestro esfuerzo para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano, y se abran así también las puertas hacia el futuro. Pero el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos nos cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de aquella esperanza más grande que no puede ser destruida ni siquiera por frustraciones en lo pequeño ni por el fracaso en los acontecimientos de importancia histórica. Si no podemos esperar más de lo que es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza. Es importante sin embargo saber que yo todavía puedo esperar, aunque aparentemente ya no tenga nada más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo. Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar”.

Spe salvi (I)

La encíclica Spe salvi (“En la esperanza salvados fuimos ...”, Romanos 8, 24), “sobre la esperanza cristiana”, fue publicada por Benedicto XVI el 30 de noviembre de 2007. Se divide en 50 párrafos numerados, agrupados en once capítulos sin numerar.

La esperanza, virtud práctica

Desde el inicio de la encíclica, Benedicto XVI deja claro que no habla de una virtud abstracta, sino de algo útil para la vida cotidiana. “El presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (párr. 1). “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente” (párr. 2). Este carácter práctico afecta no sólo a nuestra actitud psicológica, sino -sobre todo- a nuestro obrar: “Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (párr. 2). Conviene, pues, estar atentos: ser hombres y mujeres con esperanza hará que nuestra vida sea distinta, mejor. Pero ¿qué es la esperanza cristiana?

El origen de la esperanza: la fe

El párrafo 2 explica que tenemos esperanza porque tenemos fe, hasta el punto de que a veces ambas palabras son utilizadas como equivalentes en el Evangelio: cita y comenta varias frases de las epístolas de San Pablo y San Pedro y sobre todo, ya en el párrafo 7, Hebreos 11,1 (“Ahora bien: es la fe la garantía de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven”), que el Papa explica de una forma elevadísima: “la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una “prueba” de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro “todavía-no”. El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras”. Se tiene esperanza (presente) porque se tiene fe (futura) en Jesucristo y en su Resurrección.