La IX Legislatura (X, si contáramos también la Constituyente) empieza de una forma patética: por primera vez el Presidente del Congreso no es elegido en la primera votación, por mayoría absoluta, sino en la segunda, por mayoría simple. En ambos casos los diputados socialistas votaron a su candidato y los populares a la suya. Lo más interesante, claro, es que los demás, los nacionalistas, votaron en blanco. Eso es patético.
Se nos dirá que nunca estamos contentos. Que si el PSOE hubiera llegado a un acuerdo, con pactos escritos, con el PNV y con CiU (partidos que, no conviene olvidarlo, tuvieron un gran bajón de votos y de escaños hace un mes) y que ambos partidos hubieran votado a favor del anti-nacionalista José Bono, ahora estaríamos lamentándonos de la desintegración de España, de que el PSOE esté sometido a los enemigos de la Patria, etcétera, etcétera. Es posible. Pero la situación planteada ayer, en que los dos partidos nacionalistas burgueses no se sienten implicados en las votaciones, no es menos pavorosa: si no hay un pacto cerrado, en cada votación el gobierno habrá de dar algo a cambio, para ir ganando día a día. Ayer mismo lo vimos: CiU ganó un puesto en la Mesa (una vicepresidencia) y el PNV otro (una secretaría) a cambio de nada. La posibilidad de que esto no sea una excepción, sino la regla, con un regateo constante en cada votación, es para echarse a temblar.
No sólo eso. Quiso la coincidencia que la votación de ayer coincidiera con la fallida moción de censura en Mondragón, en que el PNV prefirió abstenerse y que siga de alcaldesa una batasuna que no condenó el asesinato de un vecino del pueblo, antes que poner a uno de los suyos o a un socialista. El PSOE debería medir, mucho, en qué manos está poniendo su suerte, pues (al igual que en los noviazgos) las preguntas que no se aclaran al principio acaban soltando mucho veneno. En concreto, ¿qué va a pasar con el referéndum del lehendakari?
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