España vive un drama impresionante. Por un lado, sube la inflación, que en un año se ha duplicado desde poco más del 2% a más del 4,5%. Por otro, se hunde el crecimiento del Producto Interior Bruto, que de crecer al inicio del año pasado al 4%, mucho más que los países importantes de Europa o que Japón, en 2008 pasará -según el Banco de España- a menos del 2%, bordeando la recesión.
Esto es algo increíble, pues habitualmente las dos magnitudes han de ser directamente proporcionales: si sube (mucho) el PIB puede crecer (mucho) la inflación, y si la producción (y los sueldos y el empleo y el consumo) baja, los precios bajan. Lo que es asombroso en nuestro caso es que baje la producción y suba la inflación.
Se nos dice para explicarlo que no es una inflación nuestra, sino exportada: sube el petróleo, suben los alimentos en todo el mundo, ante eso España no puede hacer nada salvo esperar a que bajen, entonces (¿cuándo?) bajará la inflación. Esto es una bobada. España depende del petróleo mucho más que sus vecinos europeos, y es sangrante que un país que siempre ha sido una potencia agrícola vea cómo los productos agrarios (trigo, leche, ...) suben sin que eso beneficie a sus agricultores (porque cada vez importamos más). En todo caso, el daño ya está hecho: si la inflación se aplica (como debe ser) a los sueldos y a las pensiones, ya no es una inflación temporal, sino que queda incorporada a todos los precios.
El próximo día hablaremos del euro.
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