jueves, 24 de julio de 2008

Biografía del padre Arrupe

Tras un primer fracaso al intentar volver a la lectura, pruebo con un nuevo libro; gracias a Dios, consigo leerlo entero. Se trata de la biografía del padre Pedro Arrupe, General de la Compañía de Jesús de 1965 a 1983, escrita por otro jesuita español, Pedro Miguel Lamet.

Arrupe nació en Bilbao, España, en 1907. Empezó la carrera de Medicina en Madrid, pero pronto vio claro que aquello no era lo suyo, que Dios le llamaba a entrar en la Compañía. Así lo hizo, y al proclamarse la República española y disolverse la orden por la Constitución de 1931, hubo de exiliarse a Bélgica y Alemania, donde acabó sus estudios, se ordenó y empezó a ejercer.

Tras un breve paso por Estados Unidos, la Compañía aceptó lo que él había pedido desde el inicio: ir de misionero a Japón, en 1938. El libro narra maravillosamente su fascinación con la cultura japonesa, con el zen, con una forma de ver la vida que, de algún modo, completaba la visión europea que él llevaba. Antes de la Guerra hubo pocas conversiones, pero muy profundas, muy serias. Viene aquí la anécdota que más me ha gustado del libro:

Arrupe observaba que una japonesa, convertida reciente, pasaba muchas horas callada, ante el sagrario. Un día le preguntó que qué hacía tanto tiempo ahí, y ella respondió que nada. Como él insistiera en que algo tenía que hacer, ella concluyó: “¿Que qué hago? Pues estar”.

¡¡Estar ante Dios!!!

(Y una anécdota graciosa: a Japón iban novicios de todo el mundo, a evangelizar. El primer año había que dedicarlo a estudiar japonés, claro. Dos novicios iban por una calle, y vieron un cartel que no entendían. Se pararon y empezaron a buscar en el diccionario qué podría significar aquello. Desde la otra acera, los japoneses se iban congregando y se reían. Cuando al rato pudieron entenderlo, el cartel decía: “Prohibido pararse aquí”)

Arrupe vio casi en directo la explosión de Hiroshima, pues la casa de novicios que dirigía estaba a pocos kilómetros de la ciudad. Es tremendo el capítulo sobre el hospital de campaña que montaron en la frágil casa, con cientos de japoneses abrasados que no tenían a dónde ir, ejerciendo él de médico.

Tras la guerra, todo mejoró, Japón se convirtió en una sociedad más normal, más occidental, con mayor interés por la cultura exterior y por el cristianismo.

Tras 27 años ahí, donde llegó a provincial de la orden, en 1965 fue elegido Prepósito General de la Compañía. Los capítulos que siguen han sido para mí fascinantes, pues narran la dificilísima adaptación al Concilio: he tomado decenas de notas sobre un tema que me interesa mucho, las consecuencia del Concilio en la vida de la Iglesia, unas buenas, otras no tan buenas. Viene aquí la anécdota siguiente. La Congregación General [Parlamento interno] que estudiaba la adaptación de las Constituciones de San Ignacio a los nuevos tiempos se puso a discutir sobre la posible supresión o adaptación del 4º voto (obediencia ciega al Papa). El Vaticano les advirtió que no lo hicieran. Ellos siguieron. El Vaticano insistió. Ellos siguieron. Al final, el Papa Pablo VI le llamó, le hizo ir a su despacho, y sin darle opción de hablar, le ordenó copiar un texto, dictado por el Secretario de Estado, en que se ordenaba acabar con aquella discusión. Los jesuitas congregados obedecieron, y ahí acabó todo.

En 1981 el Papa Juan Pablo II intervino la Compañía, puso una especie de regente suyo al frente, y aunque Arrupe siguió de iure siendo el General hasta 1983, quedó confinado en la enfermería de la Casa central, ya muy enfermo. Vivió hasta 1991, cada vez más inválido, cada vez más espiritual.

7 comentarios:

AleMamá dijo...

Actualmente me desconciertan algunas actuaciones de algunos jesuitas. Siempre han sido un referente en el medio en que me muevo, pero cada tanto me dejan ¡plop! (desmayada en el léxico de una tira cómica de mi país). Hay cosas que no me calzan por más buena voluntad que ponga. Ojalá pronto se aquieten las aguas de ese importante río de espiritualidad de la Iglesia.

Myriam dijo...

A mi particularmente la Compañía de Jesús, me gusta y mi educación ha sido bastante Jesuítica.

Me alegro de que te gustara el libro.

Juan Ignacio dijo...

Muy interesante. ¡Y qué vida!

Qué tema el de los conflictos de los jesuitas con el Papa, ¡eh! ¡Hay tantas historias! Esta no la conocía.

Por cierto, a propósito de Japón, a mi me da cierta pena que se hayan occidentalizado. Ojalá se hubieran empezado a cristianizar a partir de sus raíces orientales; no entiendo nada cuando dices "una sociedad más normal", tantas cosas que se copiaron de occidente no son nada envidiables...; ojo, admito que me enseñen al respecto.

Juan Ignacio dijo...

Me olvidaba. Como la anecdota de la japonesa. Ese creo que es un caso genial de cristianización de un oriental, alguien con toda la capacidad de silencio y meditación de un oriental volcada a la trascendencia de la relación con el Dios verdadero.

Fernando dijo...

Querida Alemamá:

Al menos en España, están bastante divididos entre conservadores y progresistas, aunque ésta es una diferencia que se ha ido amortiguando con los años. Yo, en concreto, simpatizo con los conservadores, con los cuales me confieso en su sede de la calle Serrano de Madrid, como ya expliqué en su día. Y uno de ellos, aunque en una situación peculiar dentro de la Compañía, es el nuevo Obispo auxiliar de Madrid.

F.

Fernando dijo...

Querida Myriam:

Gracias, no sé porqué he estado tantos meses sin poder leer, que siempre ha sido algo que me ha encantado. Quizá haya que atribuirlo a un milagro del padre Arrupe, ¿qué te parece?

F.

Fernando dijo...

Querido Juan Ignacio:

Por supuesto, tienes razón: en el camino de la occidentalización, Japón ha perdido grandes cosas de su espíritu propio, lo cual es una desgracia. Su sociedad actual, por lo poco que la conozco, es como un mal calco materialista de los peores defectos de Estados Unidos. Pero, por otro lado, ya no son militaristas e imperialistas, como les ocurría antes de la Guerra, es un proceso similar al de Alemania, en ese sentido lo pone el libro como algo bueno.

Sabía que te iba a gustar la anécdota de la japonesa ante el sagrario.

F.