jueves, 31 de julio de 2008

Vacaciones, vejez

El día de San Ignacio empieza con grandes prodigios. En el banco me dan un billete de 200 euros y otro de 100, para hacer un pago. Los admiro como uno de pueblo que viene por primera vez a Madrid: su color, el dibujito de una puerta barroca (en el de 100) y de otra clásica (en el de 200), su tacto, ... Nunca te los dan en el cajero automático, casi nunca los ves. Lamentablemente, no llegan a estar ni 20 minutos en mis manos. / Un autobús público viene cojo, como con una rueda pinchada, con el eje inclinado hacia un lado (el lado del conductor): le han borrado la línea y el destino, gira hacia la cochera. / Voy solo en mi autobús, durante un buen rato, como un rico en su limusina.

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El fin del curso, la víspera de vacaciones, tiene siempre para mí un punto algo melancólico. Uno recuerda cuando empezó el “año”, en septiembre, y los grandes propósitos que se hizo, y ahora, al acabar, reflexiona sobre si ha hecho mucho, bastante o poco. Supongo que será igual que la vejez, la vejez de un viejo listo: ¿podría haber aprovechado más mi vida, cuando ya queda poco de ella? Repaso mi año, tantas tardes ociosas, tantas noches oyendo bobadas en la radio, tantos domingos de levantarme tarde, y las grandes cosas que me propuse y que no he cumplido totalmente. Por otro lado, doy gracias a Dios por las grandes cosas ocurridas este año, por los momentos de valor y de fuerza de voluntad. Como un viejo de 80 años, vaya.

La anterior reflexión lleva a un planteamiento práctico: como esos viejos que ven que podían haber aprovechado más su vida y no se desaniman, y siguen leyendo / ayudando / andando / viajando / rezando / mirando / escribiendo hasta el último día, así yo intento que mis últimos días de curso, de año, no sean días perdidos. No recuperaré el tiempo perdido en estos 11 meses, pero como dijo el italiano, Un buen final redime toda una vida. Ordeno el ordenador, llamo a gente, ordeno papeles, tiro cosas en casa, todo lo que si lo dejara para la vuelta, para septiembre, sería un lastre tedioso en el inicio del nuevo año. Como un viejo que sigue estudiando hasta el último día.

(Sí, ya lo sé: la comparación no es exacta. Por muy malo que haya sido el curso escolar, por muy crítico que se sea con uno mismo en julio, en septiembre siempre tiene otra ocasión, y al septiembre del otro año, otra más; en la vejez, como es obvio, no viene nunca un nuevo septiembre).

3 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

Fernando, ¿Das clases? ¿Asistís a clases?

Algunas imágenes me impactaron. La fascinación por el billete, el autobús que se retira. La de la limusina es genial porque muchas veces que me ha tocado viajar sólo en un colectivo (así le decimos a los autobuses acá) y nunca lo había visto de esa manera. Y acá tendría otro color adicional la compraración, porque los colectivos eran en su mayoría Mercedes Benz. De ahí el tradicional chiste de "vine en Mercedes con chofer".

A propósito de los finales y de recomenzar o seguir, nunca es tarde, ¿no? Además de la del italiano la enseñanza es patente en el ladrón bueno junto a Jesús en la cruz.

Myriam dijo...

Fernando no tienes ochenta años así que vuelva a pensarlo y seguro que has hecho mucho más de lo que piensas.

PD.: Yo tampoco he visto nunca un billete de 100 ni de 200 y de 500 ni te cuento.

Pásate por mi blog que te vas a reír de mí un rato.

Descansa en verano y en septiembre Dios dirá

Fernando dijo...

Querido Juan Ignacio:

Ni doy ni recibo clases, pero parece que ya toda la vida le queda a uno la idea de que el "curso" o el año no empiezan en enero, sino en septiembre, que es cuando en España vuelve el otoño y vuelven las clases.

¿Los "colectivos" eran de la Mercedes? ¡Vaya lujo!

Querida Myriam:

Claro que sí, claro que hay que dar gracias a Dios por muchas cosas.

Gracias por tus buenos deseos.

F.