"Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra" (Mt 5, 4)
Para un español clásico, como yo, la palabra "manso" remite automáticamente al toro que sale a la plaza de toros, no ataca, no le interesan ni el torero ni los banderilleros, mira con añoranza la puerta de entrada, duda. Al final hay que sacarlo con mulillas, pierde el honor pero salva (de momento) la vida.
Pensando en este toro, podemos definir manso como hombre no violento, o mejor dicho, el que no es innecesariamente violento. ¿Es qué hay una violencia necesaria? Sí: pensamos de inmediato en Jesús derribando las mesas de los cambistas y de los vendedores en la entrada del Templo, Jesús no se quedó lamentándose, "oh qué tristes tiempos", actuó con violencia, con violencia necesaria por el honor de Dios.
Y no sólo eso. Manso es el que cede en sus derechos si ello ayuda al bien ajeno. Los españoles sabemos algo de esto, de la falta de esta virtud: llega el conductor A y dice "paso porque me da la gana", llega el conductor B y dice "paso porque me da la gana", llega el peatón y dice "cruzo porque me da la gana", sólo la intervención divina impide que eso acabe en desgracia. Manso, aquí, sería el que parara el coche incluso aunque él tuviera la preferencia.
Jim Forest, en su libro, define al manso como "persona que se disciplina a si misma para ser amable en vez de rígida, para ser no violenta en vez de violenta". Es un buen inicio, creo. Pronto aclara que ésta es una virtud con mala prensa entre nosotros, sobre todo entre los varones, parece que no defender violentamente tus derechos queda afeminado. Pero, precisamente, la verdadera mansedumbre obliga a los cristianos a ser muy valientes, muy duros, no cediendo a lo que está de moda o a lo que impone el poder injusto.
El capítulo desarrolla la vinculación, en la Biblia, entre mansedumbre y humildad. Se cita a dos grandes hombres del Antiguo Testamento, Abraham y Moisés, que fueron fuertes en sus actos pero mansos ante Dios; a María, con su aceptación de la Voluntad divina; a Jesús, que se definió a si mismo como manso, y que hizo muchos actos humildes (nacer en Belén, huir a Egipto, vivir sin bienes, entrar sobre un pollino en Jerusalén, lavar los pies de los discípulos y morir en la cruz). Y cita dos ejemplos de gentes mansas que fueron muy fuertes para enfrentarse a la injusticia: los viejos que en la época comunista se atrevieron a seguir yendo a las iglesias ortodoxas en Rusia y Rosa Parks, la señora negra que no cedió el asiento en el autobús de Alabama, dando comienzo a la resistencia pacífica contra la segregación.
En fin, una curiosidad: Forest nos desvela que Jesús copió esta bienaventuranza del Salmo 37 (36), 11.
martes, 1 de junio de 2010
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8 comentarios:
¡Enhorabuena! La entrada no puede ser mejor y más bonita.
Gracias mil
Un abrazo
Por fin en esta me siento más cerca del autor.
Gracias.
Muuy buena, como las anteriores.
Con esta yo me siento muy identificado...porque estoy convencido de que mi fe, el Señor, son los que me ayudan a ser buena persona,tranquilo, manso...porque de lo contrario sacaría más mi carácter fuerte.
Como dice mi profesor de Teología Fundamental..."la salvación que nos trae Jesús no se remite sólo a la vida eterna, sino que comienza aquí y ahora...me salva porque da sentido a mi vida, me salva del mal genio, me salva de la desesperanza..."
Un abrazo!
"Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón" nos dice Jesús.
Palabras muy grandes y hondas.
Yo no sé si sabría definir su significado por tan rico.
¡Saludos!
Gracias, Capuchina.
Gracias en nombre del autor, Juan Ignacio.
Así es, Andy, yo también siento muchas veces una furia violenta, sólo la gracia de Dios me hace parar e intentar comprender al otro.
Gracias y saludos, hermana.
¡Cuanta mansedumbre me falta! la uno a la humildad y a la paciencia, o sea fortaleza.....curiosa mezcla, ¿no?
Es la fuerza de los no-violentos.
Que hace falta valor!
Está bien esta serie "bienaventuranzas" :)
Así es, Alemamá, es un equilibrio difícil.
Gracias, Esperanza, eres muy amable.
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