domingo, 8 de febrero de 2009

Spe salvi (VI)

Esperanza y juicio de Dios

Sí: la muerte y el juicio de Dios no sólo no perturban la esperanza del cristiano, sino que la refuerzan y dan sentido a la vida del cristiano.

“Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios. La fe en Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás ni sólo hacia arriba, sino siempre adelante, hacia la hora de la justicia que el Señor había preanunciado repetidamente. Este mirar hacia adelante ha dado la importancia que tiene el presente para el cristianismo” (pár. 41).

La vinculación entre esperanza cristiana y juicio de Dios es doble. Primero, no desesperamos ante tanta injusticia que queda impune por la injusta Justicia de los hombres:

“La fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva” (pár. 43).

Segundo, nos animamos a seguir trabajando, pese a tantos fallos y fracasos, porque tenemos esperanza en el premio tras la muerte, y porque Dios nos ayudará pese a nuestras debilidades:

“Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace. La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. ¿Pero no es quizás también una imagen que da pavor? Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad. Una imagen, por lo tanto, de ese pavor al que se refiere san Hilario cuando dice que todo nuestro miedo está relacionado con el amor. Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro consuelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. Esto lo descubrimos dirigiendo la mirada hacia el Cristo crucificado y resucitado. Ambas –justicia y gracia– han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor” (pár. 44).

La conclusión a este apartado sobre la esperanza y el juicio final tras la muerte vendrá en esta admirable reflexión, de gran profundidad teológica:

“El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación “con temor y temblor”” (pár. 47).

3 comentarios:

ALMA dijo...

Fer, que interesante todo lo que aquí nos propones, sobre todo ahora que viene el tiempo fuerte de la cuaresma.
Como no tengo demasiado tiempo, lo he impreso así lo leo mientras viajo a mi trabajo.

Un beso

Juan Ignacio dijo...

Muy buena esta, por cierto.

Fernando dijo...

Hola, Fatemeh, bienvenido o bienvenida.

Eres super-amable, Alma. Anímate a imprimir y leer la propia Encíclica, es fácil y amena, se lee rápido.

Gracias, Juan Ignacio, lo que es muy bueno son los párrafos de la encíclica que hablan de este tremendo asunto.