domingo, 21 de diciembre de 2008

El Quijote (y V)

La historia de Don Quijote acaba mal.

Don Quijote y Sancho llegan a Barcelona, donde les asombra ver, por primera vez en su vida, el mar. Allí son agasajados y queridos por mayores y por niños. Un día, Don Quijote pasea por la playa acompañado sólo por su caballo Rocinante, cuando se encuentra con el Caballero de la Blanca Luna, que le reta a combate. Sorprendido, nuestro héroe acepta: la gloria de Dulcinea está en juego. No hace falta ni siquiera que se crucen las armas: basta el roce entre los dos contendientes para que Rocinante se caiga al suelo, y con él su señor, que queda vencido. El Caballero de la Blanca Luna (en realidad, un hidalgo de su mismo pueblo) le impone una dura condición: que durante un año deje de ser caballero andante. Don Quijote, siempre fiel a las reglas de caballería, acepta.

Los once capítulos que quedan hasta el final son, ellos solos, una historia dentro de la historia, la gran historia de un hombre que se hizo grandes ilusiones con la vida y ha de retirarse, derrotado, desilusionado. Ante todo, se quita su armadura y su lanza, que irán en el asno de Sancho, y así, sin el aspecto que le vemos en todas la estampas, emprende el camino de vuelta hacia la Mancha, ya convertido en un hidalgo normal. Como diríamos ahora, Don Quijote va deprimido. No quiere quedarse a compartir la comida o la charla con los grupos de buena gente con los que se van encontrando por el camino. Pasa por los escenarios donde, en el viaje de ida, ocurrieron hechos heroicos, y que ahora le producen dolor. Ya no habrá grandes charlas con Sancho ni grandes reflexiones, sino dos obsesiones: que el escudero se dé de una vez los tres mil azotes que son necesarios para desencantar a Dulcinea y que, en vez de quedarse durante todo el año en el pueblo, se vayan con algunos amigos al monte, a vivir como pastores felices, al modo de las églogas bucólicas.

Al poco de llegar al pueblo Don Quijote enferma gravemente, quizá de melancolía. Confiesa, hace testamento y pronto cae en la agonía. Pero da un último paso: despierta y, al revés de los que caen en la locura en tales circunstancias, él cae en la lucidez: reconoce que todo ha sido absurdo, que los libros de caballerías son malditos y, en fin, que él no es Don Quijote, sino Alonso Quijano, el Bueno.

Y así se muere, cerrando la historia para siempre.

2 comentarios:

ALMA dijo...

COmo no estuve con la pc estos días, me leído de un tirón las partes IV y V de El Quijote y me ha encantado tu trabajo de recordarnos esta obra,a quienes como yo, hace mucho la leímos, la he releído de a ratos pero no he vuelto a leerla completa y creo, vale la pena

Besos, Fer.

Juan Ignacio dijo...

Este no lo voy a leer salvo que me digas que no estás contando el final...