jueves, 2 de octubre de 2008

La tragedia de la mantequilla

“Leíamos —tú y yo— la vida heroicamente vulgar de aquel hombre de Dios. —Y le vimos luchar, durante meses y años (¡qué "contabilidad", la de su examen particular!), a la hora del desayuno: hoy vencía, mañana era vencido... Apuntaba: "no tomé mantequilla..., ¡tomé mantequilla!"

Ojalá también vivamos —tú y yo— nuestra..., "tragedia" de la mantequilla.”


(Punto 205 de Camino)

7 comentarios:

am dijo...

Para mí es la tragedia de los lácteos. Ya no puedo tomar nada de leche, ni derivados y con lo que me gusta el queso! jaja.

AleMamá dijo...

Mi tragedia personal "de la mantequilla" es tomar o no tomar más de la cuenta el computador.

maria jesus dijo...

Todos tenemos una tragedia personal "de la mantequilla". Felicidades con cinco minutos de retraso.

Juan Ignacio dijo...

Pensé en el señor de al mantequilla como un "obsesionado". ¿No habria que fijarse un poco menos en esas cosas para poder no estar tan dependiente, y así naturalmente "vencer" más veces? Como cuando recomiendan alejarse de la ocasión para vencer la tentación...

Cristián Dodds (hijo) dijo...

Permiso, Don Fernando, le devuelvo la visita.
Colijo que la coincidencia de la entrada con el día de su publicación no es casual... Si es de su agrado que lo felicite, como veo que hace María Jesús, felicitaciones entonces.
Acaso incurra en falta por "dar mi opinión sin que me la pidan ni la exija la caridad", pero va lo mismo, porque seguro que no va CONTRA la caridad.
Creo que lo de la mantequilla está genialmente definido como "vulgaridad heroica". Sobre todo, heroica. A mí me parece que esta heroicidad tiene la desventaja de reconcentrarnos en nosotros mismos, sobre todo si se ejerce no sólo al desayuno sino a cada comida, a cada descanso, a cada momento...
Y que necesitamos una verdadera "ascética", pero tal que nos saque de nosotros, que arranque nuestra mirada encorvada y nos permita ver y esuchar a los demás, que nos libere incluso de nuestra santidad (que de eso se encarga Tata Dios), haciéndonos capaces de "no vivir ya para nosotros mismos sino para Aquél que por nosotros murió y resucitó" y, entonces, COMO Aquél que vivió todo para Dios y por los demás.
Pero le devuelvo estotra frase, que -lo confieso- a veces me gusta sacar un poquitín de contexto: "La felicidad del cielo es para quienes han sabido ser felices en la tierra". Es de San Josemaría, pero le debo la cita.
Muy lindo el blog, y muy bueno lo del colectivo, digo, lo del autobús.
¡Hasta pronto!

Fernando dijo...

Lo siento, AM, seguro que lo sobrellevas con buen humor.

Alemamá, hasta en esto nos parecemos: me he tenido que poner un tiempo límite para evitar luego arrepentimientos.

Gracias cómplices, María Jesús, aunque yo no sea (hablando propiamente) de la Obra. Pero muchas gracias, de verdad.

Juan Ignacio, no lo interpretes por el lado de la espiritualidad morbosa. El punto creo que se refiere (o, al menos, así lo traigo yo) a las pequeñas cruces de cada día, donde unas veces obramos bien y otras no: madrugar, ser amables con los compañeros del trabajo, atender a los familiares, ..., y esto un día tras otro.

Bienvenido, Cristián. Qué profunda contestación, porque es verdad: el afán de hacer las cosas bien en cada momento, de agradar a Dios, nos puede llevar fácilmente a cierto agobio o a la soberbia. Como tantas veces recuerda Juan Ignacio en su blog, conviene dejar las cosas en las manos de Dios, fiarse de su Gracia, para evitar que al final estemos haciendo nuestra obra, en vez de la de Él.

Anónimo dijo...

No me gusta Camino...

No entiendo ese punto...