domingo, 19 de octubre de 2008

En la carnicería

(Días de no poder leer el periódico ni leer la radio: la orden del Juez Garzón de abrir las fosas de muertos republicanos, en la Guerra Civil, provoca en mí una naúsea, un asco físico, similar al que tienes cuando tomas leche en mal estado)

...

Voy a la carnicería, el sábado por la mañana: hay muchas clientas y sólo dos carniceros atendiendo.

En mi carnicería no se pide número, sino vez. "¿Quién da la vez?", pregunto al llegar. Un gentleman mayor (al que llamaremos cliente 42º), que parece estar con su esposa, se vuelve y amable me dice "Yo". Así que es como si yo fuese el cliente 43º. Al rato entra una chica, bajita y pelirroja: "¿Quién da la vez?" "Yo", le digo: pasa a ser la clienta 44ª. Es éste un buen sistema. Por mucha gente que haya, por mucha gente que entre, por mucha gente que se mezcle con los clientes de la pollería o de los fiambres, uno sólo tiene que atender una cosa: al cliente que le ha dado a uno la vez. Lo demás da todo igual.

Hay que tener cuidado con esto: no sólo por uno mismo, sino por los que vienen detrás de uno. Si uno es el cliente 43º, de que uno esté atento depende la suerte no sólo de uno mismo, sino tambien del cliente 44º, 45º, 46º, ... Si uno no está atento y cuándo el carnicero (el A o el B, tanto da) pregunta "¿Quién va ahora?" y uno no dice que él y lo dice, en plan avispado, el cliente 51º, tras el cliente 51º vendrá el 52º, y tras el 52º el 53º, y así sucesivamente, y uno mismo y los que vienen detrás de uno (es decir, del 43º al 50º) estarán horas esperando, a ver cúando les toca.

(Durante la espera se me ocurre que esto es equiparable a los católicos de cada generación, en cada país: si consienten que se cuelen los otros, el perjuicio viene no sólo para uno, sino para todas las generaciones de católicos futuros que vienen detrás de uno, que a lo mejor están esperando horas a que les toque su turno, mientras ven ir pasando a los otros)

Cuando por fin me toca, me ocurre lo peor de lo peor que le puede pasar a un hombre de orden como soy yo. Están atendiendo, por fin, a la esposa del cliente 42º, así que cuando el carnicero B dice "¿Quién va ahora?" yo grito "Yo". Me empieza a atender, muy amable. Al poco, el carnicero A acaba y dice "¿Quién va ahora?", y la clienta 44ª, la pelirroja, dice con entusiasmo "Yo". Entonces, el gentleman, el cliente 42º, se vuelve y con mucha corrección y amabilidad le dice "Perdone, estaba yo antes".

Le miro asombrado, y descubro, con horror, que la señora que estaba a su lado todo el rato no era su esposa, sino la clienta 41ª, que no tenía nada que ver con él, pese a estar todo el rato a su lado. Oh, horror de los horrores, pues me he colado, sin querer. Cuando acaba mi pedido, me acerco a él, humilde, y le pide disculpas; él dice "No tiene importancia", y realmente parece que no tiene importancia para él, yo insisto en humillarme pero él reitera que no me preocupe, que no tiene importancia.

Salgo de la carnicería con un sabor amargo.

...

(En la frutería todo vuelve a ser de color de rosa. El dependiente es un castizo, que a las señoras mayores les llama guapas y a las de mediana edad las llama niñas. A mí me llama joven, cosa que nadie me llamaba desde hace 13 años. Me trata, efectivamente, como si yo siguiera siendo joven. Salgo de la frutería tan contento, reconciliado con la vida).

11 comentarios:

AleMamá dijo...

jajaja, acá los "caseros" de la fruta nos dicen "mi rrrrrrreina", con las erres bien arrastradas.... o "dígame, dama"....jeje

AleMamá dijo...

Una historia que se suele olvidar:
En el pueblo de mis padres hay una peluquería llamada como su dueño: "Franco"; se llama así porque su padre, refugiado en Chile por huir de la República en la guerra civil de los años 30, lo quiso así. Esa familia sufrió lo indecible, y terminó en Chile por persecusiones. Ya la vida ha pasado, ¿a qué remover los huesos?

Te dejo un enlace a una foto de ella
La acabo de revisar y me acordé del desentierro de los muertos por el inefable juez Garzón.

ALMA dijo...

Uhhhhh lo del juez Garzón, yo le preguntaría porqué no deja tranquilo a los muertos???
Así que te dijeron "joven"??? ... mmmmmmm que bueno!!!!!!

Un beso

Anónimo dijo...

Sí, volví tan contento a casa: a los 43 años, alguien me sigue considerando joven. Pero no conviene creérselo mucho: a una gorda fea y de pelo mal tintado la llamó "guapa", así que es un adulador.

Volver a dar vueltas a los años 30, que fueron una de las épocas más tristes de España... Como ya dije, es un asunto que me produce un malestar no sólo espiritual, sino físico. Pareciera que en España no hubiera otros problemas mucho más graves que éste, hoy en día.

¿La fama del juez Garzón llega a Chile? Admirable. Esto, a él, le produciría un placer cercano al éxtasis. Aunque, ahora que lo recuerdo, ¿cómo no le vaís a conocer, si fue el que montó el numerito de detener a Pinochet en Londres?

Embajador dijo...

De acuerdo con la reacción que a mi también me produce el asunto Garzón. Creo que lo mejor es ignorarlo por completo. Dicho lo cual es siempre un oasis este tu blog porque consigues hacer extraordinario lo cotidiano.

Y es que a mi me encanta ir a comprar fiambres. No se porque, pero me encanta. Y su liturgia....

Ramón_Lozano dijo...

Jeje, es la típica situación que da algo de vergüenza por haber hecho algo sin pretenderlo.

saludos

Juan Ignacio dijo...

¡Qué buen método este dar la vez! No lo conocía.

Acá se ve que no lo hacemos porque a los vivos no les conviene, les conviene el tumulto. Pero más que por eso debe ser porque nosotros pensamos que eso de ser habilidosos en las situaciones desorganizadas es una virtud. (Por eso se recomienda a los estudiantes la Universidad Nacional no por su nivel académico sino porque allí aprendes de la vida -se supone que aprender a vivir en el desorden es aprender a vivir-).

La verdad que esta anécdota es muy pintoresca. Ahora bien, el gentleman tendría que haber alzado la voz cuando vos pasaste, ¿no?

Unknown dijo...

Creo, como tú, que a los muertos hay que dejarlos en paz y no remover las cenizas, pero la verdad que algunas veces este juez Garzón actúa así por la presión de los familiares que perdieron a sus seres queridos y no tienen ni idea de donde están sus restos.

Fernando, también en mi barrio, todavía hay comercios en los que hay que pedir la vez. Esperemos que tarde el dispensador de numeritos................es mucho más frío que la vez. jaja

Un saludo.

Unknown dijo...

otra vez yo, me olvidé decirte que te enlazo, si es que no tienes inconveniente.

Espero tus palabras a favor o en contra.

Fernando dijo...

Embajador, gracias por lo del oasis, es un juicio muy benévolo. Soy un marujo de mi casa, e ir a hacer la compra es para mí una diversión mayor que ir de joyerías o de sastrerías caras.

Ramón, fue una gran vergüenza, el señor se portó muy bien, pero hice lo que yo odio que hagan los demás.

Juan Ignacio, me he reido mucho con tu obervación porque coincide, exactamente, con la idea que en España se tiene de los argentinos, un poco marrulleros, por herencia de los italianos. En cuanto al gentleman, era un gentleman auténtico, y eso se demuestra en los malos momentos, como cuando se te cuelan.

Por supuesto que me halaga mucho que me enlaces, Yeste Lima, es un honor inmerecido. Y quisiera aclararte una cosa del juez Garzón. Por supuesto que los familiares de los fusilados republicanos merecen todo el respeto del mundo, como los de fusilados del lado nacional, y por supuesto que tienen todo el derecho a recuperar los restos de sus antepasados, igual que los del otro lado, y a enterrarlos con dignidad en un cementerio.

El problema es que para eso no hace falta que el juez Garzón, que es un juez de investigación penal, tenga que abrir un proceso ni montar un juicio a un pobre señor de 80 años que, en aquellos años terribles, fusiló a un socialista de su pueblo. Todo aquello, que fueron los peores años de la historia de España, estaba ya olvidado, y no hace falta re-abrirlo para que nadie recupere los huesos de sus muertos, como se viene haciendo desde hace 30 años.

Saludos, de nuevo.

Juan Ignacio dijo...

Marrulleros, interesante palabra.