Aquí tenéis dos estupendos enlaces para conocer Madrid, que es mi ciudad. Incluso aunque no os interese mucho el tema, os recomiendo leer los dos artículos y ver los dos reportajes de fotos que colgó Julián, porque todo ello me ha parecido excelente.
Éste es el hotel Nacional, donde ocurrió la anécdota de la
vieja sudamericana: está entre el Jardín Botánico y la estación de Atocha.
Ésta es la procesión del Corpus, la fallida procesión del Corpus que os conté: como veis, no sólo no iba a llover, sino que incluso sale el sol.
Ésta es la estación de Atocha, donde ocurrieron parte de los tremendos atentados del 11 de marzo; éste es el Ministerio de Agricultura. Ambos están en la glorieta de Carlos V, muy cerca de mi casa, y yo paso delante de ellos siempre que voy o vengo al centro.
Ésta es la estatua de la Cibeles, símbolo de la ciudad, pese a que es muy fea; a veces he pensado que si mi blog, tan madrileño, tuviera una marca, sería la cabeza de la diosa (o la de uno de los leones).
Ésta es la bola del reloj de la puerta del Sol: en Nochevieja baja al dar las 12, y toda España toma las uvas con su sonido. Antes era más divertido, porque dejaban entrar con botellas y tirarlas al aire tras las campanadas; ahora ya te controla la policía, sólo puedes pasar con vasos de plástico.
Ésta es la entrada a los jardines del templo de Debod, adonde yo iba a jugar de niño. En medio hay un templo egipcio, pequeño pero auténtico; es una lástima que Julián no haya puesto una foto del edificio, sobre todo al anochecer.
Ésta es una de las grandes novedades de la ciudad: una pared cubierta de vegetación, al lado del nuevo Caixa Forum, que va creciendo en vertical, y que de vez en cuando hay que recortar con una grúa, como si a la pared le salieran pelos.
miércoles, 15 de octubre de 2008
lunes, 13 de octubre de 2008
viernes, 10 de octubre de 2008
Catecismo (2): Revelación
Parte 1, sección 1, capítulo 2, artículo 1, párrafos 50 a 73.
Tras explicar en el capítulo anterior que el hombre tiende a Dios, en éste se desarrolla que Dios se revela al hombre a través de los siglos. Lo hace libremente (párrafo 50), para que los hombre puedan "responderle, conocerle y amarle" más allá de lo que les permitiría su sola razón (párrafo 52). El párrafo 53 cita una frase muy bella de San Ireneo de Lyon: a través de los siglos, según se va revelando, Dios se acostumbra al hombre y el hombre se acostumbra a Dios, como en un noviazgo, añado yo.
En los párrafos 54 a 65 se resumen las etapas de esta Revelación, comenzando por Adán y Eva, terminando por Jesús. Al hablar del fin de la Revelación en Cristo, el Catecismo usa una frase excelente en el párrafo 66, que da paso al capítulo siguiente: "aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada", y ahí es donde entra en juego la Iglesia: se trata de estudiar la alegación de Lutero (sin citarle), relativa a que si la Revelación, el Evangelio, son suficientes, qué derecho tiene la Iglesia a seguir inventando normas y doctrinas.
...........
No se puede pensar en la Revelación sin pensar en la Iglesia.
Intento ver la Revelación desde los ojos de un deísta, de alguien que cree firmemente en la existencia de Dios (o del Ser Supremo) pero al que le parece absurdo pensar que Él se ha revelado durante siglos a los hombres, y ha dictado cientos de páginas de los libros sagrados de las religiones, en concreto del Evangelio. Desde el punto de vista de ese deísta, ¿qué se pierde antes? ¿Deja de creer en la Revelación porque deja de creer en la Iglesia o deja de creer en la Iglesia porque deja de creer en la Revelación? Probablemente, lo primero: se cree (o se deja de creer) en la Iglesia, después se cree (o se deja de creer) en la Revelación, en el Evangelio.
Que éste es el orden (1º Iglesia, 2º Evangelio) se ve en dos ideas:
1º Hay gente que cree en la Iglesia sin dar el segundo paso, sin conocer bien el Evangelio, pues no lo leen; conocen bien los mandamientos de la Iglesia pero no el Evangelio.
2ºHay gente culta, deístas, agnósticos, que conocen bien el Evangelio, pieza fundamental de nuestra cultura occidental, sin que ello le lleve a creer que eso es la Palabra de Dios. Les parecerá que sus autores, los hombres que los escribieron, eran hombres inteligentes de buenas intenciones, pero nunca creerán que Dios ha inspirado esas páginas.
...
La lectura de la institución de la Eucaristía puede conmover a cualquier persona sensible, pero por mucho que lo lea, quizá no llegue a creer en la presencia real de Cristo.
El que se acerca a la vida de una parroquia o de una familia católica puede acabar convirtiéndose por su buen ejemplo y creer, entre otras muchas cosas, en la Comunión, que empezará a recibir con devoción, aunque a lo mejor no sepa leer y no conozca bien el pasaje del Evangelio.
Así que creo que el orden es: creer en la Iglesia, creer en la verdad de la Revelación en el Evangelio.
(Salvando siempre, claro, la inspiración directa que el Espíritu Santo pueda hacer en el corazón del que no cree, de la forma que le parezca más oportuna, sin límites)
Tras explicar en el capítulo anterior que el hombre tiende a Dios, en éste se desarrolla que Dios se revela al hombre a través de los siglos. Lo hace libremente (párrafo 50), para que los hombre puedan "responderle, conocerle y amarle" más allá de lo que les permitiría su sola razón (párrafo 52). El párrafo 53 cita una frase muy bella de San Ireneo de Lyon: a través de los siglos, según se va revelando, Dios se acostumbra al hombre y el hombre se acostumbra a Dios, como en un noviazgo, añado yo.
En los párrafos 54 a 65 se resumen las etapas de esta Revelación, comenzando por Adán y Eva, terminando por Jesús. Al hablar del fin de la Revelación en Cristo, el Catecismo usa una frase excelente en el párrafo 66, que da paso al capítulo siguiente: "aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada", y ahí es donde entra en juego la Iglesia: se trata de estudiar la alegación de Lutero (sin citarle), relativa a que si la Revelación, el Evangelio, son suficientes, qué derecho tiene la Iglesia a seguir inventando normas y doctrinas.
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No se puede pensar en la Revelación sin pensar en la Iglesia.
Intento ver la Revelación desde los ojos de un deísta, de alguien que cree firmemente en la existencia de Dios (o del Ser Supremo) pero al que le parece absurdo pensar que Él se ha revelado durante siglos a los hombres, y ha dictado cientos de páginas de los libros sagrados de las religiones, en concreto del Evangelio. Desde el punto de vista de ese deísta, ¿qué se pierde antes? ¿Deja de creer en la Revelación porque deja de creer en la Iglesia o deja de creer en la Iglesia porque deja de creer en la Revelación? Probablemente, lo primero: se cree (o se deja de creer) en la Iglesia, después se cree (o se deja de creer) en la Revelación, en el Evangelio.
Que éste es el orden (1º Iglesia, 2º Evangelio) se ve en dos ideas:
1º Hay gente que cree en la Iglesia sin dar el segundo paso, sin conocer bien el Evangelio, pues no lo leen; conocen bien los mandamientos de la Iglesia pero no el Evangelio.
2ºHay gente culta, deístas, agnósticos, que conocen bien el Evangelio, pieza fundamental de nuestra cultura occidental, sin que ello le lleve a creer que eso es la Palabra de Dios. Les parecerá que sus autores, los hombres que los escribieron, eran hombres inteligentes de buenas intenciones, pero nunca creerán que Dios ha inspirado esas páginas.
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La lectura de la institución de la Eucaristía puede conmover a cualquier persona sensible, pero por mucho que lo lea, quizá no llegue a creer en la presencia real de Cristo.
El que se acerca a la vida de una parroquia o de una familia católica puede acabar convirtiéndose por su buen ejemplo y creer, entre otras muchas cosas, en la Comunión, que empezará a recibir con devoción, aunque a lo mejor no sepa leer y no conozca bien el pasaje del Evangelio.
Así que creo que el orden es: creer en la Iglesia, creer en la verdad de la Revelación en el Evangelio.
(Salvando siempre, claro, la inspiración directa que el Espíritu Santo pueda hacer en el corazón del que no cree, de la forma que le parezca más oportuna, sin límites)
miércoles, 8 de octubre de 2008
Ella le cuenta a él
No se ven hasta la hora de cenar.
Para ella es muy importante contarle a él todo lo que ha hecho durante el día, con mucho detalle. “Cogí el autobús, iba ese conductor que tú ya sabes, el del pelo rapado, hoy iba contento, llevaba puesta Kiss FM, la que tu hermana nos contó la otra noche cenando que le gustaba oír en la ducha, le dije, le dije al conductor que cuánto había tardado, pero se lo dije en buen plan, eh, sin reñirle, cuánto has tardado, eh, a él le hizo gracia, no se lo tomó a mal, se rió, me dijo, así riéndose, mejor, tonta, así tienes que estar menos tiempo en el trabajo, me hizo gracia su comentario, a todo esto quería subir una chica con su carrito, y yo en medio, y la chica va y dice ...”. Hay noches que la narración le dura el tiempo de la preparación de la cena, del primer plato, del segundo plato y de medio postre. Él va diciendo “¡qué curioso!” o “¡qué faena!” o “¡qué barbaridad!”, y ella sigue. Sólo cuando ella se enfada o se angustia o se entusiasma él le habla largamente, para poner las cosas en su sitio.
Ella nota, durante el día, que al hacer las cosas piensa cómo se las contará a él por la noche, e incluso a veces ese pensamiento le hace variar de comportamiento. ¿Para qué se va a enfadar con una compañera del despacho si él, esa noche, le va a recordar que eso es una tontería?
Desde que se conocen, ella ya no tiene que llevar diario.
A ella le conmueve mucho que él, que a veces parece que no le presta atención, se acuerde meses después de algo pequeño que ella le contó: “Aquella vez que te equivocaste de parada de Metro ...”.
A ella le parece un poco extraño que él no sienta esa misma necesidad. Él le habla mucho de sus lecturas de ciencias y de las películas que va a ver y de lo que ha pensado sobre la vida. Pero cuando ella le pregunta, en la cena, qué tal le fue el trabajo, él se limita a decir “Ya sabes, lo de siempre”, y cuando le pregunta que si ha hablado con su madre, él responde “Sí, lo habitual”.
(Ella a veces se ríe pensando en lo divertido que sería tener una amiga que la llamara a las 12 de la noche para que le contara las horas que está con él, las horas de su día que no le puede contar a nadie. “Él llegó a cenar con su abrigo beige, ya sabes, el del último cumpleaños, ¿te acuerdas? ...”)
........................
(Estos posts sobre ella y él parecen un homenaje al blog de AM)
Para ella es muy importante contarle a él todo lo que ha hecho durante el día, con mucho detalle. “Cogí el autobús, iba ese conductor que tú ya sabes, el del pelo rapado, hoy iba contento, llevaba puesta Kiss FM, la que tu hermana nos contó la otra noche cenando que le gustaba oír en la ducha, le dije, le dije al conductor que cuánto había tardado, pero se lo dije en buen plan, eh, sin reñirle, cuánto has tardado, eh, a él le hizo gracia, no se lo tomó a mal, se rió, me dijo, así riéndose, mejor, tonta, así tienes que estar menos tiempo en el trabajo, me hizo gracia su comentario, a todo esto quería subir una chica con su carrito, y yo en medio, y la chica va y dice ...”. Hay noches que la narración le dura el tiempo de la preparación de la cena, del primer plato, del segundo plato y de medio postre. Él va diciendo “¡qué curioso!” o “¡qué faena!” o “¡qué barbaridad!”, y ella sigue. Sólo cuando ella se enfada o se angustia o se entusiasma él le habla largamente, para poner las cosas en su sitio.
Ella nota, durante el día, que al hacer las cosas piensa cómo se las contará a él por la noche, e incluso a veces ese pensamiento le hace variar de comportamiento. ¿Para qué se va a enfadar con una compañera del despacho si él, esa noche, le va a recordar que eso es una tontería?
Desde que se conocen, ella ya no tiene que llevar diario.
A ella le conmueve mucho que él, que a veces parece que no le presta atención, se acuerde meses después de algo pequeño que ella le contó: “Aquella vez que te equivocaste de parada de Metro ...”.
A ella le parece un poco extraño que él no sienta esa misma necesidad. Él le habla mucho de sus lecturas de ciencias y de las películas que va a ver y de lo que ha pensado sobre la vida. Pero cuando ella le pregunta, en la cena, qué tal le fue el trabajo, él se limita a decir “Ya sabes, lo de siempre”, y cuando le pregunta que si ha hablado con su madre, él responde “Sí, lo habitual”.
(Ella a veces se ríe pensando en lo divertido que sería tener una amiga que la llamara a las 12 de la noche para que le contara las horas que está con él, las horas de su día que no le puede contar a nadie. “Él llegó a cenar con su abrigo beige, ya sabes, el del último cumpleaños, ¿te acuerdas? ...”)
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(Estos posts sobre ella y él parecen un homenaje al blog de AM)
domingo, 5 de octubre de 2008
Alicia
Leo "Alicia en el país de las maravillas", de Lewis Carroll, en una edición muy bien comentada.
La introducción nos explica que el cuento tuvo un enorme éxito, y que ya desde el inicio la gente adulta supo ver que aquello era mucho más que un cuento fantástico. Desde entonces a nuestros días se han estudiado ampliamente sus intuiciones en la lógica, en el estudio del lenguaje, en el psicoanálisis, ... En concreto, el prologuista explica que gran parte de su éxito entre los niños y los adolescentes es porque supo reflejar bien el terror del niño que se hace adolescente, el terror del adolescente que se hace adulto, y que va entrando, capítulo a capítulo, en el mundo absurdo de los mayores. Esto me ha parecido verdad, y se ve bien en varias partes. Así, en el capítulo IV, cuando Alicia empieza a crecer (de altura) rápidamente dentro de una casa, hasta que todo le resulta pequeño, incómodo. O en el capítulo siguiente, en el V, cuando al hablar con la Oruga comprende que de tanto crecer y decrecer ya no sabe,exactamente, quién es, o no puede recitar correctamente las poesías de su infancia, como le ocurre al adolescente que deja de ser niño.
Pero, fuera de tanta profundidad, yo he leído el libro como un amable cuento, muy bien redactado, que te hace reír muchas veces, como cuando la Falsa Tortuga le cuenta a Alicia sus estudios en el colegio del mar,donde estudiaban lenguas muertas como "el Batín y el Friego". O cuando la Tortuga le suelta la siguiente reflexión:
"Nunca imagines no ser de otro modo que lo que a los demás les parece que eres o hubieras sido o pudieras llegar a haber sido, sino todo lo contrario".
Si pones esta frase en tu blog, sin decir de quién es, tus lectores creerán que eres un autor muy profundo.
En fin, un excelente consejo, que le da el Rey al Conejo Blanco en el capítulo XII, en pleno juicio final:
"Comienza por el comienzo, continua por la continuación y finaliza en el final". ¡¡Gran consejo para ir por la vida!!!
Sigo ahora con la continuación, "A través del espejo".
La introducción nos explica que el cuento tuvo un enorme éxito, y que ya desde el inicio la gente adulta supo ver que aquello era mucho más que un cuento fantástico. Desde entonces a nuestros días se han estudiado ampliamente sus intuiciones en la lógica, en el estudio del lenguaje, en el psicoanálisis, ... En concreto, el prologuista explica que gran parte de su éxito entre los niños y los adolescentes es porque supo reflejar bien el terror del niño que se hace adolescente, el terror del adolescente que se hace adulto, y que va entrando, capítulo a capítulo, en el mundo absurdo de los mayores. Esto me ha parecido verdad, y se ve bien en varias partes. Así, en el capítulo IV, cuando Alicia empieza a crecer (de altura) rápidamente dentro de una casa, hasta que todo le resulta pequeño, incómodo. O en el capítulo siguiente, en el V, cuando al hablar con la Oruga comprende que de tanto crecer y decrecer ya no sabe,exactamente, quién es, o no puede recitar correctamente las poesías de su infancia, como le ocurre al adolescente que deja de ser niño.
Pero, fuera de tanta profundidad, yo he leído el libro como un amable cuento, muy bien redactado, que te hace reír muchas veces, como cuando la Falsa Tortuga le cuenta a Alicia sus estudios en el colegio del mar,donde estudiaban lenguas muertas como "el Batín y el Friego". O cuando la Tortuga le suelta la siguiente reflexión:
"Nunca imagines no ser de otro modo que lo que a los demás les parece que eres o hubieras sido o pudieras llegar a haber sido, sino todo lo contrario".
Si pones esta frase en tu blog, sin decir de quién es, tus lectores creerán que eres un autor muy profundo.
En fin, un excelente consejo, que le da el Rey al Conejo Blanco en el capítulo XII, en pleno juicio final:
"Comienza por el comienzo, continua por la continuación y finaliza en el final". ¡¡Gran consejo para ir por la vida!!!
Sigo ahora con la continuación, "A través del espejo".
viernes, 3 de octubre de 2008
¡Toros!
Tarde de toros en Las Ventas: es tan grande la afición a “la Fiesta”, como se dice en España, que han tenido que inventarse una Feria de Otoño, antes de que acabe la temporada.
Los toros son, en España, una democracia imperfecta. El público (“el respetable”) opina todo el rato, y más aún el público de Madrid, que es muy exigente. Puede parecer que la faena va bien, en cada una de sus fases, pero el público rápido empieza a opinar, vía gritos, vía palmas, vía pitos: esto va demasiado deprisa, esto va demasiado lento, están picando al toro en exceso, le están dejando demasiado vivo. Esto es democracia. Pero es imperfecta, porque al final el que manda es el Presidente de la corrida, en su palco, con sus gafas negras. Tiene un gran pañuelo blanco que de vez en cuando, descuidadamente, deja caer sobre la barandilla. Frente a él, al otro lado de la plaza, hay un tambor y varios timbales, que según ven el pañuelo dan un redoble: hay que acabar con una fase y pasar a la siguiente, o lo que sea. De ahí viene un dicho español que significa que tienes tu última oportunidad: “le dieron el tercer toque”, si el torero (o quien sea) se está entreteniendo demasiado: el tercer toque le dice que ya vale, que lo deje y remate. Esta democracia imperfecta (el público propone, el Presidente dispone) se usa en el trance más importante, decidir si se premia al torero con una oreja, con dos orejas, con dos orejas y el rabo o con nada.
El toro muere, sin apelación: le toreen bien o mal, el toro muere. Pero en su muerte, inapelable como la de todos nosotros, puede haber grandeza. El toro puede embestir y defenderse, puede dar un gran espectáculo, pese a que todo esté perdido para él, o puede intuir que todo va a dar igual y desentenderse de la faena. Los seis de ayer (en realidad, novillos) eran un poco funcionarios, hicieron lo justo y gracias, pero yo he visto toros con muchísima más dignidad que los toreros que les toreaban. El colmo fue uno tan bravo, tan elegante, tan entregado, que una vez muerto la gente pidió (y el Presidente concedió) que saliera dando la vuelta al ruedo, entre aplausos, honor sólo reservado a los grandes toreros en las grandes tardes.
Casi nunca les pasa nada a los toreros, no hay ningún morbo por parte del público: se va a ver si torea bien o mal, no si le coge el toro o no. Por eso, cuando muy excepcionalmente hay un susto, es susto doble, porque nadie se acuerda de que el toro (500 kilos, o más) puede matar al torero. Ayer ocurrió. El torero del sexto y último toro, un chico casi adolescente, estaba desesperado: el público ya estaba harto, todo le parecía mal, todo lo pitaba, y él estaba perdiendo la gran oportunidad de su vida. Así que empezó a hacer todo tipo de machadas, en plan de mover el capote por detrás suyo, o tocar al toro en los cuernos: necesitaba que la gente pidiera, al final, la oreja. El toro se hartó de tanto juego, y sin previo aviso le pegó un golpe con la cabeza, le tiró al suelo y le pasó por encima. Salvó la vida porque sus banderilleros llegaron corriendo, movieron las capas y se llevaron al toro; si no, éste se habría dado la vuelta, le habría corneado en el suelo y le habría matado. /// Miré a la chica que estaba a mi lado: estaba llorando y su novio la consolaba. Menos mal que era el último toro, si no habrían tenido que irse a mitad de la corrida. Las lágrimas de la chica me conmovieron, me hicieron pensar. Todos los demás tuvimos, quizá, cierta brutalidad, cierta frivolidad: el hecho de que ella se conmoviera porque un chico de 20 años hubiera estado a punto de morirse me llegó al alma, me dejó algo triste (todo esto, en apenas tres minutos).
Los toros son, en España, una democracia imperfecta. El público (“el respetable”) opina todo el rato, y más aún el público de Madrid, que es muy exigente. Puede parecer que la faena va bien, en cada una de sus fases, pero el público rápido empieza a opinar, vía gritos, vía palmas, vía pitos: esto va demasiado deprisa, esto va demasiado lento, están picando al toro en exceso, le están dejando demasiado vivo. Esto es democracia. Pero es imperfecta, porque al final el que manda es el Presidente de la corrida, en su palco, con sus gafas negras. Tiene un gran pañuelo blanco que de vez en cuando, descuidadamente, deja caer sobre la barandilla. Frente a él, al otro lado de la plaza, hay un tambor y varios timbales, que según ven el pañuelo dan un redoble: hay que acabar con una fase y pasar a la siguiente, o lo que sea. De ahí viene un dicho español que significa que tienes tu última oportunidad: “le dieron el tercer toque”, si el torero (o quien sea) se está entreteniendo demasiado: el tercer toque le dice que ya vale, que lo deje y remate. Esta democracia imperfecta (el público propone, el Presidente dispone) se usa en el trance más importante, decidir si se premia al torero con una oreja, con dos orejas, con dos orejas y el rabo o con nada.
El toro muere, sin apelación: le toreen bien o mal, el toro muere. Pero en su muerte, inapelable como la de todos nosotros, puede haber grandeza. El toro puede embestir y defenderse, puede dar un gran espectáculo, pese a que todo esté perdido para él, o puede intuir que todo va a dar igual y desentenderse de la faena. Los seis de ayer (en realidad, novillos) eran un poco funcionarios, hicieron lo justo y gracias, pero yo he visto toros con muchísima más dignidad que los toreros que les toreaban. El colmo fue uno tan bravo, tan elegante, tan entregado, que una vez muerto la gente pidió (y el Presidente concedió) que saliera dando la vuelta al ruedo, entre aplausos, honor sólo reservado a los grandes toreros en las grandes tardes.
Casi nunca les pasa nada a los toreros, no hay ningún morbo por parte del público: se va a ver si torea bien o mal, no si le coge el toro o no. Por eso, cuando muy excepcionalmente hay un susto, es susto doble, porque nadie se acuerda de que el toro (500 kilos, o más) puede matar al torero. Ayer ocurrió. El torero del sexto y último toro, un chico casi adolescente, estaba desesperado: el público ya estaba harto, todo le parecía mal, todo lo pitaba, y él estaba perdiendo la gran oportunidad de su vida. Así que empezó a hacer todo tipo de machadas, en plan de mover el capote por detrás suyo, o tocar al toro en los cuernos: necesitaba que la gente pidiera, al final, la oreja. El toro se hartó de tanto juego, y sin previo aviso le pegó un golpe con la cabeza, le tiró al suelo y le pasó por encima. Salvó la vida porque sus banderilleros llegaron corriendo, movieron las capas y se llevaron al toro; si no, éste se habría dado la vuelta, le habría corneado en el suelo y le habría matado. /// Miré a la chica que estaba a mi lado: estaba llorando y su novio la consolaba. Menos mal que era el último toro, si no habrían tenido que irse a mitad de la corrida. Las lágrimas de la chica me conmovieron, me hicieron pensar. Todos los demás tuvimos, quizá, cierta brutalidad, cierta frivolidad: el hecho de que ella se conmoviera porque un chico de 20 años hubiera estado a punto de morirse me llegó al alma, me dejó algo triste (todo esto, en apenas tres minutos).
jueves, 2 de octubre de 2008
La tragedia de la mantequilla
“Leíamos —tú y yo— la vida heroicamente vulgar de aquel hombre de Dios. —Y le vimos luchar, durante meses y años (¡qué "contabilidad", la de su examen particular!), a la hora del desayuno: hoy vencía, mañana era vencido... Apuntaba: "no tomé mantequilla..., ¡tomé mantequilla!"
Ojalá también vivamos —tú y yo— nuestra..., "tragedia" de la mantequilla.”
(Punto 205 de Camino)
Ojalá también vivamos —tú y yo— nuestra..., "tragedia" de la mantequilla.”
(Punto 205 de Camino)
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