Cojo el autobús nocturno, el último que sale, que me lleva de la periferia a cerca de mi casa. Vamos lentos, por qué. Conduce la conductora rubia y fuerte. En un semáforo se pone a su altura otro autobús, también conducido por una conductora rubia y fuerte, voy en tercera fila y lo oigo todo. "¿Qué pasa, tronca?", dice la otra. "Nada, que el motor va fallando, en cualquier momento me deja tirada del todo". A la otra le da la risa, le desea suerte, arranca y se va rápida. Los pasajeros nos miramos, preocupados. Qué será de nosotros. Aún vamos por la avenida, si el autobús se parara (definitivamente) aquí debería andar una media hora hasta Atocha y un rato más hasta mi casa, pues éste es el último autobús. Avanzamos un poco más, llegamos a la iglesia, ya sólo serían veinte minutos de camino. Avanzamos un poco más, llegamos al parque, ya sólo serían diez minutos. Cada manzana que pasa los viajeros nos vamos poniendo de mejor humor. Al llegar a la parada final salimos todos por la puerta delantera y nos despedimos muy contentos de la conductora rubia y fuerte. Ella bebe agua de su botella y nos despide con la mano.
Durante el viaje me sentí como Moisés cuando Dios le dijo "ahí está la Tierra Prometida, pero por mucho que corráis tú no vas a llegar".
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7 comentarios:
Hermoso y dramático post, con moraleja. Me encantó.
Gracias, Alma.
Gracias a Dios llegaste, si tienes que ir a pie, la noche tiene cambios, peligros, imprevistos.
Lo que es a Moisés, no le fue tan bien.
Por estos lados haciendo glu-glu, la cordillera blanca y gélida.
¡Qué bueno!
No logró lo que esperaba, Ojo Humano, pero su vida tuvo una gran misión: eso es muy importante aunque no llegara.
Gracias, Ignacio.
Menos mal que las noches son agradables ahora, sí hubieras tenido que pasear hubiera sido menos desagradable
Bueno, María Jesús, era una noche calurosa, no me hubiera hecho ninguna gracia tener que andar media hora.
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