domingo, 12 de agosto de 2012

Concilio Vaticano (II)

Sigo leyendo las crónicas que el sacerdote periodista español José Luis Martín Descalzo publicó sobre el Concilio Vaticano II.

Cuenta con admiración y simpatía cómo el bloque de los obispos de "Centroeuropa" (Francia-Bélgica-Holanda-Alemania-Austria) maniobraron bien y lograron copar los puestos de las Comisiones conciliares, en perjuicio de los italianos, más afines a la Curia romana, más conservadores.

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El primer asunto importante que debatió el Concilio fue el de la liturgia. Me sorprendió saber que ya antes había habido permisos y licencias en ciertos temas, como el idioma de la Misa, el ayuno eucarístico, la Misa vespertina o la música, que pensaba que no habían comenzado a cambiar hasta después del Concilio. Los temas principales que se debatieron fueron el uso de las lenguas vernáculas en la Misa, su ritual, la posibilidad de poner una fecha fija para la Pascua, la concelebración, la Comunión con vino, la reforma del breviario. Este último (el breviario) y, sobre todo, el latín fueron los temas más debatidos, con dos bloques, uno más conservador, otro más renovador. Me impresionó la opinión de un obispo, contrario al abandono del latín: para el hombre contemporáneo el lenguaje litúrgico es algo ajeno, sea en latín, sea en lengua vernácula, como se ve en los vacíos oficios de los anglicanos. En la primera sesión conciliar (octubre-diciembre de 1962) no llegó a haber votaciones sobre la liturgia.

A esta discusión siguió la de las fuentes de la Revelación, donde el Prefecto del Santo Oficio, Cardenal Ottaviani, había hecho un "esquema" (borrador) tradicional, dando importancia a la Escritura pero también a la Tradición y al Magisterio, advirtiendo (una vez más) de los peligros del modernismo, previniendo de una interpretación demasiado científica del Evangelio. Muchos cardenales y obispos le atacaron duramente: eso era antiguo, basado en la censura, sin dar suficiente importancia al Evangelio, poco amistoso con los protestantes, poco amigo de los científicos modernos. Lograron ganar una votación sin mayoría suficiente para rechazarlo, pero el Papa Juan XXIII prefirió retirarlo y que se elaborara un nuevo esquema, más contemporáneo. El autor del libro explica así la diferencia entre conservadores y progresistas: para los primeros la Tradición y el Magisterio complementan el Evangelio, como si éste sólo tuviera el 80 o el 90% de la Revelación; para los segundos, todo el Magisterio y la Tradición han de basarse en el Evangelio, que contiene (aunque sin desarrollar) toda la Revelación.

Hubo en esa primera sesión (octubre-diciembre de 1962) discusiones más amables sobre los medios de comunicación y la relación con las Iglesias ortodoxas; comenzó la discusión, muy difícil, sobre el esquema sobre la Iglesia (De Ecclesia).

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Frase brillante que le dijo un obispo español: "En este Concilio da vergüenza no ser avanzado".

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La narración se complementa con anécdotas que ocurrían, que hacen más fácil la lectura: copia anuncios que aparecieron en los periódicos de Roma, ofreciendo coches de alquiler... ¡en latín!

4 comentarios:

ALMA dijo...

Pase a saludar y me encontré con tus magníficas lecturas. Gracias por compartirlas.

Me estoy yendo a los techos del mundo, al menos por esta parte.

Buena semana Fer.

Fernando dijo...

Espero posts sobre tu aventura, Alma. Gracias por tu opinión.

Miriam dijo...

Yo también pensaba que lo del ayuno y las leguas era posterior al Concilio, sin excepciones anteriores.
Esas discusiones del Concilio, tuvieron que ser agotadoras. Yo sería incapaz de discutir e intentar discernir sobre temas tan importantes y que afecta a tanta gente. Suerte que no me toca ;O)

Fernando dijo...

Lo peor es que entre ellos tenían que hablar en latín, Miriam, vaya lío.