Vivo la abstinencia de comer carne, los viernes de Cuaresma, con rigor de fariseo. Si compro una pizza, leo cuatro o cinco veces la lista de ingredientes, no vaya a haber un trocito de jamón escondido entre las aceitunas. Si como fuera de casa, dudo en pedir una sopa, no vaya a aparecer un poquito de pollo ente los fideos. La idea de comer aunque sea una partícula diminuta de carne provoca en mí una angustia fría, igual a la de un fariseo que hubiera arrancado y tragado una espiga de trigo sin acordarse de que era sábado (Mateo, 12.1-8), igual a la de un fariseo que estuviera comiendo y se diera cuenta de que no se había lavado las manos (Mateo, 15.1-20).
Leí en un diccionario bíblico que los fariseos, pese a su mala fama actual, no eran tan mala gente (al menos, los que no eran jefes). A su modo amaban a Dios y querían vivir santamente; se tomaban en serio la fe. El problema era que veían a Dios, sobre todo, como Legislador y Juez, cuyos mandatos había que aplicar íntegramente (Levítico), descuidando todo lo que no estuviera reglamentado. Creo que Jesús no condenaba ese celo (Mateo 5, 17: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolirla, sino a darla cumplimiento”), pero sí que todo acabara ahí: reducir la fe al cumplimiento de la Ley externa, y encima creer que uno lo hace por su propia fuerza, y además sentirse orgulloso de ello: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano” (Lucas, 18.11).
Voy tan contento, por la calle, el viernes de Cuaresma, con mis deberes cumplidos, en orden; hace calor; ni me siento pecador ni creo que deba mejorar mi vida; se me acerca una señora extranjera de mal aspecto, probablemente para pedirme dinero, la evito hábilmente; voy al súper, me encapricho con unas pastas de chocolate, me las compro; podría ir a Misa, podría hacer oración en una iglesia con el Santísimo, pero en la radio ponen una buena tertulia política, me voy a casa.
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que hay que practicar, aunque sin descuidar aquello” (Mateo, 23.23).
Aún queda mucha Cuaresma para rectificar, para empezar de nuevo, con la ayuda de Dios.
viernes, 13 de marzo de 2009
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6 comentarios:
"se me acerca una señora extranjera de mal aspecto, probablemente para pedirme dinero, la evito hábilmente..." Eso es lo que muchos hacemos.Evitar a Jesús que es quien se nos acerca.
Saludos desde Chile
LLevas razon, pero obedecer sin angustias tambien ayuda a encontrar a Dios
Hola, Mónica, bienvenida, lo cité porque es en esos pequeños detalles que pasan al lado nuestro donde, de verdad, podemos ejercer la caridad, o la solidaridad, como cada uno quiera. Y ¡¡es bien difícil, muchas veces!!
María Jesús, el problema es que me angustio un poco, con la abstinencia, y luego me dan igual las otras cosas que cito (a veces, al menos).
Hola Fernándo. No te angusties: siempre puedes tomarte la sopa dejando los trocitos de jamón... Yo no me angustio con la abstinencia, pero sí que me pasa como a ti: me preocupo muchas veces por "cumplir normas" y me olvido de practicar luego las más elementales reglas de caridad. Saludos.
Fer: coincido contigo en la abstinencia de cuaresma, a pesar que por estos lares dicen que es precepto solo el viernes santo y el miércoles de ceniza. A pesar de los dimes y diretes yo cumplo el ayuno, peeeero a veces me pasa lo mismo que relatas, le esquivo a quien puede llegar a pedirme una moneda.
Un beso
Fernando, tu historia me suena muy conocida...
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