Ya dijimos que en la segunda parte del Quijote hay un cambio muy importante respecto a la primera: el héroe ya no está loco. Una divertida historia, en el capítulo XXVII, nos muestra que no sólo es cuerdo, sino prudente.
Va a haber una singular batalla, no entre ejércitos, no entre gigantes, sino entre los mozos de un pueblo y los de otro. Por una vieja historia, los del segundo pueblo se ríen de los del primero rebuznando, como si todos fueran asnos, y los ofendidos no pueden sufrir esta burla. Por ello, de vez en cuando se reúnen en un llano, para pegarse pedradas, bastonazos y lo que haga falta. Enterado Don Quijote de los preparativos, consciente de que son mozos, y no caballeros ni tropas, acude al lugar, donde sólo están aún los del bando ofendido. Allí, acompañado de Sancho Panza, se pone en medio de la tropa, y les echa un maravilloso discurso renacentista, animándoles a la paz: “Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas, y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas”: la fe católica; la defensa de su vida; la defensa de la honra, de la familia y de la hacienda; el servicio al Rey y a la Patria. El caballero argumenta cómo la broma de los relinchos no está en ninguno de estos casus belli, por lo que conviene mantener la paz.
Todos le escuchan conmovidos, y Sancho también, que se emociona y empieza a recordar cómo él, cuando era joven, relinchaba maravillosamente bien. En efecto, se tapa la nariz y empieza a mugir como no lo haría el asno más asno de la Mancha. Los mozos entienden que lo hace por burlarse de ellos, como sus enemigos que no llegan, así que empiezan a pegarle golpes y tirarle piedras. Cuando el lector cree que Don Quijote, como ya hiciera en la mortal batalla de los carneros, va a sacar la espada y acometer contra tanto villano, lo que hace es espolear a Rocinante y salir corriendo de allí, aterrorizado, “temiendo a cada paso no le entrase una bala por las espaldas y le saliera por el pecho, y a cada punto recogía el aliento, por ver si le faltaba”.
Cuando, al rato, Sancho se libra de los agresores y, muy dañado, llega junto a él, le pide cuentas de su cobardía, de haberle dejado solo. Don Quijote puntualiza, con gran exactitud: “No huye el que se retira (...) pues la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo”.
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4 comentarios:
Como ya te dije en tu anterior entrada, "El Quijote (I)", me abriste las ganas de volver a leerlo. Todavía no he podido hacerlo, pero estoy pensando que con tu forma de comentarlo en tus entradas, tus explicaciones y tu manera tan singular de relatarlo, creo que de momento prefiero seguirte en tus pots al respeco, es mucho más ameno leerte a ti.
Un beso.
¡¡Ah!!, se me olvidaba, en mi última entrada en la que comentábamos sobre el significado del poema, he de decirte que la propia autora, nos ha dejado unas palabras que me gustaría que leyeras. Gracias, otro beso.
Muy bueno, Quijote y entrada.
Me queda una duda. Salvar la vida al amigo, ¿no sería un casus belli?
Querida Yeste, JAMÁS NINGÚN COMENTARISTA, por muy bueno que sea, es ni la décima parte de divertido y de ameno que el propio Quijote. Anímate a leerlo, verás lo entretendio que es, incluso si lo lees en capítulos cogidos al azar.
Gracias por tu aviso sobre tu blog.
Querido Juan Ignacio, pienso que Cervantes se limitó a copiar las causas que en aquella época se considerarían por la Iglesia como justificativas de la guerra o de la pelea: él siempre intentó ser ortodoxo en todo.
Supongo que defender la vida del amigo, o de cualquier otra persona, se podría englobar en la causa primera, defender a la Iglesia y la moral de Cristo, que invita a hacer a los demás lo que querríamos que ellos nos hicieran (por ejemplo, salvarnos la vida en una pelea).
Sí, lo pensé así, pero entonces no comprendo el valor de la huída.
Es que uno es medio cuadrado, ¿vio?
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