Ya sabéis que en la playa en la que he estado había, relativamente, poca gente. Una fila 1ª, en la que se ponía la gente que madrugaba mucho. Una fila 2ª, en la que nos poníamos los que llegábamos a una hora razonable. Una fila 3ª, en la que estaba la gente que llegaba a media mañana, familias con niños poco madrugadores, y gente así. 3 filas en una playa grande del Mediterráneo español es algo que está muy bien, comparado con las 7, 8, 9 de otras playas.
Por los periódicos locales que leía la gente y por el acento era claro que casi todos veníamos de las regiones interiores de España, las que no tienen mar (Aragón, Navarra, Castilla, Madrid), y que no teníamos mayor conocimiento de las mareas, de la subida y la bajada de las mareas. Los de la fila 1ª llegaban a primera hora, ponían sus mantas y sombrillas cerca del mar, y a partir de ahí parecía que todos los días la marea empezaba a bajar durante la mañana. Eso parecía algo obvio: no lo era del todo.
El último día estábamos así, los de 1ª en 1ª, los de 2ª en 2ª, los de 3ª en 3ª, detrás el vacío, cuando la gente de 1ª pegó un grito: el mar había empezado a subir, y de golpe una ola grande les bañó los pies a los que estaban tumbados. Al poco, un grito más. Asombrosamente, el mar estaba yendo hacia la marea alta, y además era un día de mucho viento, así que no lo hacía plácidamente, sino a saltos. Nadie se quería mover, los de 1ª no querían pasar a 4ª, pero cuando las olas, todas, llegaban ya a su altura y empezaron a mojar las sombrillas, tuvieron que rendirse e irse al final. Los de la 2ª nos quedamos en primera línea de combate, ¿quedaría ahí la cosa?, pronto se vio que no, los de 2ª pasamos a 5ª y los de 3ª a 6ª. Unos niños habían estado haciendo un gran agujero en la fila 3ª, lejos del mar, y al acabar la mañana estaba inundado de agua.
Viví todo esto con la fascinación, con el terror, que nos produce la decadencia: ¿hasta dónde iba a llegar nuestra ruina? ¿Por qué lo que siempre había parecido seguro dejaba de serlo? Recordé muchas veces Muerte en Venecia, de Thomas Mann, en donde la peste va invadiéndolo todo, sigilosamente. Y dos imágenes tremendas. Una mujer gorda, aterrorizada, con la sillita del niño, con los dos niños pequeños, con la sombrilla y la bolsa, el mar le iba rozando todo, le ofrecimos ayudar a mover el campamento, ella se negó, gritaba a "papá", un señor delgadito y bajito, metido en el oleaje, ajeno a todo. Y, segunda escena, algunas sombrillas olvidadas, en la fila 1ª, rodeadas por el mar, agitadas por el mar, como en una obra de escultura moderna de uno de nuestros parques públicos.
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4 comentarios:
Ja Ja muy bueno, ¡Bienvenido!
Casi una parábola. Marinera.
La historia es realmente pintoresca. Llama la atención de todos modos lo ordenados que son para ocupar las playas. Eso no lo hemos heredado los argentinos de Uds.
NO sé si tiene gracia ir al a playa con semejante stress.
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